El 24 de enero, se celebra la festividad de San Francisco de Sales, Obispo de Ginebra (Suiza), Doctor de la Iglesia y Patrono de periodistas y escritores. Es además cofundador con Santa Juana de Chantal de la Orden de la Visitación. No hay santo más seráfico, sin nombrar a San Francisco de Asís, que el que nos ocupa, cuyo nombre recibido en el Bautismo fue en honor de él, precisamente.
Nació en 1567 en el seno de una familia noble de Saboya, muy cerca de Annecy donde ejerció su apostolado y donde está enterrado, tras morir en 1622. Su cuerpo embalsamado está expuesto a los fieles. Estudió humanidades y teología en el Colegio de Clermont de los jesuitas, fue a la universidad en la Sorbona y en Italia cursó estudios de Leyes, pues su padre se oponía a su sacerdocio. Finalmente accedió cuando el papa Clemente VIII lo nombró Deán del Capítulo de Ginebra. En 1593 pudo ordenarse sacerdote y se vuelca en el trabajo y en la prédica siguiendo a San Francisco de Asís y a San Felipe de Neri. Fue además miembro de la Tercera Orden de Mínimos (fundada por San Francisco de Paula).
La Cátedra de Ginebra no llegó a ocuparla porque la ciudad estaba en manos de los calvinistas a los que refutó con energía pero usando la Escritura y la Palabra. Pasaba noches enteras a la intemperie repartiendo propaganda católica en las casas siendo atacado incluso por lobos, por no hablar del frío gélido de la noche y de las gentes del lugar. Una de sus obras, Controversias, reúne esos escritos donde despliega cada una de los dogmas de la Iglesia Católica con ferviente defensa del Apóstol San Pedro y sus sucesores.
Conoció en 1604 a la baronesa viuda Juana Francisca Frémyot de Chantal (1572-1641) con quien funda la orden de la Visitación de Santa María el 6 de junio de 1610 y cuyo fin era acoger a mujeres que quisieran vivir en comunidad siguiendo la llamada de Dios, pero sin la rigurosidad de los conventos monacales. Eso permitía acoger a mujeres sin ninguna condición de salud o edad. Esa innovación fue rechazada y en sus inicios tuvo que seguir la Regla de San Agustín. Con el tiempo consolidaron su carisma que incluía visitas a enfermos por lo que les conocieron como visitandines.
Carisma de la Congregación
El carisma actual de las Salesas, como son conocidas, siguiendo a sus fundadores se puede cifrar en:
“San Francisco de Sales suprime las fuertes penitencias y nos hace fuertes en la obediencia; renunciando a nuestra propia voluntad y uniéndola a la voluntad de Dios, a través de la humildad ante Él y la dulzura para con el prójimo”.
«Las Religiosas de la Visitación que sean tan felices de observar sus Reglas fielmente, podrán verdaderamente llevar el nombre de Hijas Evangélicas, establecidas particularmente para ser las imitadoras de las dos más queridas virtudes del Sagrado Corazón del Verbo Encarnado: la dulzura y la humildad, que son como la base y el fundamento de su Orden y les da la gracia de ser las Hijas del Corazón de Jesús».
Concretamente en Sevilla existe la presencia de la salesas en uno de los conventos menos conocidos y último en fundarse.
Fue el papa Alejandro VII quien beatificó en 1661 y canonizó en 1665 a Francisco de Sales. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1878 por el papa Beato Pío IX el cual consideró su prolija obra como verdaderos tesoros de sabiduría espiritual destacando la trilogía “Las controversias” (contra los protestantes), “La Introducción a la Vida Devota” (O Filotea) y el “Tratado de Amor a Dios “ (O Teótimo).
San Juan Bosco (1815-1888) sintió gran devoción por el carisma de San Francisco de Sales, pero especialmente le servía de inspiración para refrenar su impetuoso espíritu. Por eso el nombre que le dio a su Congregación, nacida en un sencillo oratorio y fundada en 1869, fue el de Pía Sociedad de San Francisco de Sales. De ahí que sus miembros, consagrados y seglares, sean llamados salesianos y salesianas. Su carisma también inspiró a la nenerable María de Sales Chappuis (1793-1875) y al beato Padre Louis Brisson (1817-1908) a fundar la orden de los Oblatos y las Oblatas de San Francisco de Sales.
Su búsqueda de la verdad y su amabilidad (o amorevolezza como decía Don Bosco) lo convierten en un santo cuyas virtudes son tan imprescindibles hoy.
Virginia López