San Francisco Javier, cuya festividad se celebra el día 3 de diciembre, nace en 1506 en el castillo de Javier en Navarra. A los dieciocho años fue a estudiar a la universidad de París, donde obtiene el grado de licenciado. Es en este período cuando conoce a San Ignacio de Loyola, quien logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro especial que el mismo Ignacio había desarrollado basado en su propia lucha por la santidad.
En estos “ejercicios espirituales” Francisco quedó profundamente transformado por la gracia de Dios. Llegó a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador de los jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534. Hicieron voto de absoluta pobreza y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera. Junto con ellos recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, tres años más tarde, y con ellos compartió las vicisitudes de la naciente compañía.
En 1540 San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la India en la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Francisco se encargó de catequizar a toda la tripulación. Convirtió su camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a todos los enfermos. Una vez llegada la expedición a Goa, tuvo que enfrentarse a una situación en la que los habitantes de allí habían perdido la fe. Debido a ello, Francisco hace aquí un gran esfuerzo de evangelización. Asistía y consolaba a enfermos y presos, recorría las calles con una campanita para llamar a niños y esclavos al catecismo, los domingos celebraba misa a los leprosos, predicaba a cristianos e hindúes y visitaba las casas. Solía adaptar las verdades de la fe a la música popular, método que tuvo gran éxito. Su amabilidad y su caridad con el prójimo le ganaron muchas almas. Todos los que lo conocieron le describieron como una persona muy alegre y optimista, dispuesta a transmitir a los demás la felicidad que le producía haber sido escogido por Dios para difundir su palabra.
En 1544 pone rumbo a Malasia donde misionará durante seis meses. De aquí parte a Ambonio (Islas Molucas), y recorrió varias islas predicando durante cerca de año y medio. Cuando predicaba, más que sus argumentos, convencía con su santidad y la fuerza de sus milagros. Desempeñaba una predicación constante y tenaz, regresando una y otra vez con diferentes medios hasta conseguir transmitir la fe a las personas que se dirigía. Su único equipaje eran su libro de oraciones y su incansable ánimo para enseñar, curar a enfermos, aprender idiomas extraños y bautizar conversos por millares. Dedicaba las noches a la oración y, si no lograba dormir, pasaba horas recostado junto al Sagrario. Cuando los enfermos eran demasiados para poder atenderlos a todos, les entregaba su rosario, que llevaba siempre al cuello, y solo su contacto los curaba.
Ya en 1545 se dirige a Japón, donde luego de aprender el idioma, logró traducir al japonés una exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos estaban dispuestos a escucharle. En su último viaje salió de la india con intención de llegar a china, pero antes de llegar, cayó enfermo. Murió el 3 de diciembre de 1552, a los 46 años. Había recorrido más de 120 mil kilómetros conquistando corazones para Dios. Su cuerpo incorrupto reposa en la iglesia del Buen Jesús de Goa.
Fue canonizado junto a San Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro el Labrador en en 1622. Y fue en el año 1904, cuando San Pío X le nombra Patrono de las Misiones, por haber consagrado su vida a la predicación del Evangelio “ hasta los confines de la tierra”.
En Sevilla, el día de su festividad en la Capilla de los Luises en la calle Trajano hay un Besamanos a la imagen del santo. Este besamanos suele ser muy solidario, pues aparte de ramos de flores, ese día se acumulan en la capilla bolsas y paquetes de comida depositados por los fieles. Estos alimentos van destinado al Banco de Alimentos, con los cuales se paliará las necesidades de muchas familias sin recursos.