Hoy 28 de septiembre nuestra Archidiócesis de Sevilla celebra la memoria libre de San Juan y a San Adolfo de Sevilla.
Pese a alcanzar el rango superior de la dulía y, sobre todo, pese a ser paisanos nuestros, son absolutamente desconocidos en Sevilla. Lo que contrasta con el fervor que despiertan las Santas Justa y Rufina, muy anteriores en el tiempo, pero cuyo recuerdo se trasmitió de generación en generación, se expandió a través del Arte y ha llegado a la actualidad en Triana, su barrio de adopción.
La ciudad de Córdoba es fecunda en sangre derramada de martirios cristianos ocurridos durante la época musulmana, habiendo un período concreto del Califato de Córdoba en el que más se concentran las persecuciones y ejecuciones. Sevilla no quedó al margen y muchos cristianos sevillanos sufrieron martirio en una zona que pasó a denominarse precisamente el Degolladero de los Cristianos, hoy lugar santificado con el Convento de Capuchinos. Pero mientras aquí los nombres se desconocen, tenemos una lista de 56 mártires mozárabes que fueron ajusticiados en Córdoba a lo largo del siglo IX, principalmente entre los años 850 y 859.
Seis de ellos eran de las Diócesis Hispalense, entonces extendida más allá de la actual provincia y muchos de los naturales cordobeses eran de padres sevillanos.
Conocemos los hechos por San Eulogio de Córdoba que fue el principal instigador de los martirios, al exaltar como única vía de oposición a la islamización, el martirio. Es una cuestión controvertida si se analiza con la mentalidad actual, pues puede verse como una inmolación, pero la idea que prevalecía en San Eulogio era provocar la conversión del Califato, tal y como había ocurrido en Roma.
Los mártires en su mayoría se presentaban a las autoridades musulmanas blasfemando contra el Islam o Mahoma. Eulogio dejó constancia por escrito de todo ello, siendo uno de los últimos en ser martirizado.
No obstante el caso de estos hermanos es especial pues eran de hijos de padre musulmán y de madre cristiana y además no se presentaron ante el juez musulmán sino que este los mandó apresar y ajusticiar al ser denunciados.
Su madre era Artemia y su hermana Santa Áurea, también mártir. Tras la muerte del padre, la madre decide instalarse en Córdoba. Cuando los hijos son adultos, ingresa en el Monasterio de Santa María de Cuteclara donde llegó a ser abadesa.
La rama de la familia musulmana que vivía en Sevilla supo de la conversión y los denunciaron. Se intentó convencerlos, invocando el alto linaje paterno, alegando la deshonra de la apostasía y prometiéndoles una vida regalada si abjuraban. Pero la fe de los hermanos sevillanos era inquebrantable.
Su martirio no lo conocemos por Eulogio sino por el Abad Esperaindeo, cuyas actas martiriales no se conservan pero quedaron recogidas en Martirologios coetáneos hasta pasar al Romano. Se les atribuye esta respuesta:
“Ningún hombre se ennoblece con la cualidad que le conduce a su eterna perdición, ¿por qué razón hemos de seguir la ley de nuestro padre, cuando es un contexto de patrañas y de falsedades? El esplendor de nuestra prosapia debe ceder a la virtud, y la nobleza de nuestros ascendientes a la verdad que enseña la religión de Jesús Cristo, que es el que ennoblece a sus creyentes, y hace reinar a los que le sirven. Nosotros abrazamos esta ley desde nuestros primeros años, y la veneramos como justa y santa, pues todo cuanto no es conforme a ella, es notoriamente falso, y no procede de Dios; por cuya confesión desde ahora ponemos a tu disposición nuestros cuerpos, sobre lo que solamente tienen poder las Potestades del mundo, renunciando a todos los blasones de la caduca nobleza que ponderas.”
Fueron sentenciados a muerte y decapitados un 27 de septiembre del año 824 (o quizá 825). Sus cuerpos quedaron depositados en la Basílica de san Cipriano, hoy Jardines de la Victoria en Córdoba.
Honremos hoy la memoria estos protomártires sevillanos.
Virginia López