Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-17):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
Comentario
Jesús recapitula sobre el amor y añade algo que a menudo se nos olvida: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto». En la primera lectura, hoy fiesta en honor de San Matías, se nos relata cómo fue la elección del llamado apóstol póstumo. Matías entra en el grupo de los elegidos para suplir al Iscariote disputándose el puesto con José Barsabá, pero el procedimiento deja algo perplejo siguiendo los criterios del mundo: como en cualquier concurso-oposición para ocupar una plaza, pensaríamos que tienen que considerarse los méritos de cada aspirante y sus habilidades en el desempeño de la tarea que se le va a encomendar. Es lo justo, diríamos. Pero el libro de los Hechos de los Apóstoles lo relata de esta forma: invocaron al Espíritu Santo, echaron suertes, le tocó a Matías y lo asociaron. Y aquí paz y después gloria, como solemos decir. Jesús llama y el Espíritu confirma. No es cuestión de merecimientos ni de oposiciones: es pura gracia.