En este mes de julio celebraremos la festividad de los abuelos del Niño Jesús, Santa Ana y San Joaquín, concretamente el 26. La Señora Santa Ana, madre de la Virgen María y Abuela del Señor, goza de gran devoción en algunos lugares de nuestra Archidiócesis como Cañada Rosal, Dos Hermanas o Triana.
Por ello presentamos este bello cuadro, que Murillo realiza hacia 1655, hoy en el Museo del Prado procedente de la colección de la reina Isabel de Farnesio y que el año pasado pudimos admirar en nuestra ciudad formando parte de la magnífica exposición “Velázquez/Murillo/Sevilla” en FOCUS, y que muestra a Santa Ana enseñando a leer a su Hija, un tema muy desarrollado por los pintores sevillanos, tomado de diversos relatos apócrifos y que posteriormente adquirirá un nuevo significado como ejemplo y defensa de la educación de las niñas.
En la pintura sevillana encontramos un precedente de este tema iconográfico, a buen seguro conocido por Murillo: se trata de la obra de Juan de Roelas, fechada en 1615, hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla procedente del Convento de la Merced Calzada de Sevilla, que Francisco de Pacheco criticará en su “Arte de la Pintura” por el concepto tridentino de falta de “decoro”, ya que se consideraba que la Virgen lo sabría todo por ciencia infusa como Madre de Dios que era, y por tanto, nada podría aprender de ninguna persona humana, si bien, esta escena lo que mostraría sería la gran humildad de María, que por respeto a su madre dejaría que pareciera que Santa Ana le está enseñando.
Parece ser también que Murillo pudo tener en cuenta una estampa grabada por Bolswert a partir de un original del mismo tema de Rubens de entre los años 1625-1626, hoy en el Museo de Amberes, de la cual va a tomar la arquitectura del fondo así como los ángeles que descienden para coronar a la Virgen Niña.
Murillo sitúa la escena doméstica en una arquitectura solemne de columnas y balaustradas clásicas, en la que Santa Ana sentada y tras haber interrumpido las labores de costura como indica la canasta de mimbre que aparece en el ángulo inferior izquierdo del cuadro, aparece en actitud paciente de enseñar a leer a la pequeña María, quien con delicadeza sostiene el libro que su madre le ofrece y con el dedo de su mano derecha parece seguir la lectura con gesto de atención y concentración, como deja ver la atenta mirada que dirige a la Santa. En contraste con esta escena familiar y cotidiana, el cielo parece irrumpir en la intimidad de la relación de la madre con su hija, para subrayar que esta niña, aparentemente normal, es la escogida por Dios para ser la Madre de su Hijo, y por ello está siendo coronada con una guirnalda de flores por unos ángeles cuyas posturas nos hacen ver que están bajando del cielo con gran dinamismo. Esta coronación de la pequeña María, está anunciando ya en su infancia el destino feliz de la glorificación de esta Niña concebida sin pecado.
Murillo utiliza aquí colores claros y por medio de una luz uniforme sin fuertes contrastes de luces y sombras consigue crear una atmósfera serena e íntima, acorde a la escena representada.
Es interesante señalar que mientras la madre lleva una vestimenta convencional típica de los santos, con amplios pero sencillos ropajes, la Hija viste a la manera aristocrática de la época de Murillo, un contraste que queda aún más acentuado por los colores de las prendas que visten. Así, el tono rosa de la túnica de la Virgen contrasta fuertemente con los colores pardos y ocres de las vestiduras de la Santa, lo cual, como indica Javier Pérez Portús en el catálogo de la exposición citada, contribuye a reforzar la solidez escultórica de la figura de Santa Ana.
Los colores de la ropa de la madre dejan claro que pertenece a la tierra, mientras que el rosa de la túnica de la Hija queda prolongado verticalmente por el rosa de los angelitos, como queriendo subrayar la divinidad con que la Niña va a ser revestida por su condición de Madre de Dios.
Una vez más, nuestro pintor consigue expresar perfectamente la relación de los dos personajes por medio de sus miradas, con las cuales es capaz de expresar toda la carga de ternura y cariño que comparten madre e Hija, haciéndonos a nosotros partícipes de esta escena íntima y familiar.
Antonio Rodríguez Babío (Delegado diocesano de Patrimonio Cultural)