Dios escogió a una obrera para fundar la Compañía de la Cruz, con un carisma de contemplación y de vida activa volcada en los enfermos y los pobres. “Hijas mías nuestro país es la Cruz y fuera de ella somos forasteras” decía Santa Ángela. Hoy 2 de marzo se cumplen 87 años de su muerte.
El 2 de marzo es un día que no pasa desapercibido en Sevilla. Los sevillanos de la capital y la provincia y los devotos de otros lugares de Andalucía e incluso de Extremadura y Castilla la Mancha acuden en masa a la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz para homenajear a Sor Ángela en el aniversario de su muerte en 1932. Ochenta y siete años se cumplen este 2019 y ni uno solo de ellos los devotos han fallado en este homenaje a su santidad, incluso en la época en que la Iglesia aún no se había pronunciado. No hace falta anunciarlo. Es una fecha escrita en el corazón.
Es el 2 de marzo uno de los días en que se puede visitar el cuarto donde murió la santa sevillana y se contemplan sus objetos personales y en especial la tarima en la que expiró. Muchos la besan y pasan sobre ella las violetas y las crucecitas de madera que entregan las jóvenes de los Grupos de Sor Ángela.
El poder de convocatoria de Sor Ángela es muy grande. Todos los días la capillita que preside la Virgencita de la Salud donde se expone su cuerpo incorrupto y los restos mortales de Santa María de la Purísima, está llena de fieles. En el aniversario de su muerte la afluencia se desborda. Sus devotos saben que es santa, no olvidan los continuos milagros y favores por su intercesión. Tienen siempre presente el bien espiritual y material que reparten sus hijas, las Hermanas de la Cruz, y admiran el duro camino de santidad que ideó. Un camino de Cruz.
En sus últimos nueve meses de vida Santa Ángela vivió “cosida” a la cruz. En junio de 1931 sufrió una embolia. Un mes después, en julio, perdió el habla ya definitivamente y sus últimas palabras fueron las del padre Torres Padilla: “No ser, no querer ser, pisotear el yo… enterrarlo si posible fuera”. A las tres menos veinte de la madrugada del 2 de marzo falleció, a los 86 años, rodeada del cariño de sus hijas. Hasta el 5 de marzo día en que se celebró el entierro, sevillanos de toda edad y condición desfilaron ante su cadáver para rendirle el último adiós dada su fama de santidad.
Fue sepultada en la cripta del convento pese a la prohibición de las leyes de la República de enterramientos en sagrado. El día antes el Ayuntamiento republicano acordó por unanimidad rotular con su nombre la calle Alcázares, hoy Santa Ángela de la Cruz, donde está la de la Casa Madre, y un grupo de médicos certificó que su cuerpo no presentaba descomposición ni signos de rigidez cadavérica.
La cruz es vida, camino y consuelo
La santidad de Sor Ángela se basa en la Cruz de Jesucristo crucificado. Lo decimos en la oración de su novena: “Dios de toda bondad que iluminaste a Santa Ángela, virgen, con la sabiduría de la Cruz”. Rechazada en las carmelitas descalzas y tras abandonar el noviciado de las Hijas de la Caridad por problemas de salud, Ángela Guerrero, oficiala de calzado en el taller Maldonado de la calle del Huevo, quiso ser monja fuera del convento y en 1871 se comprometió a vivir “conforme a los consejos evangélicos” dirigida por el padre Torres Padilla, cofundador de las Hermanas de la Cruz. En 1873, el padre Torres, ahora también camino de los altares, autorizó a Ángela, una humilde zapatera que quiere estar clavada con Cristo en el Calvario, “enfrente y muy cerca”, a utilizar un apellido que la acompañará ya siempre “De la Cruz”.
Cuando la joven Ángela da forma al Instituto de la Cruz une en el carisma la contemplación y la vida activa, porque se debate entre la vida retirada y el servicio permanente al prójimo. Así lo explica: “Una religiosa retirada del mundo llena la primera parte de mis deseos, pero ¿y mis hermanos que tanto los amo? Yo no los puedo abandonar. Mi Dios hecho hombre por ellos y derramando hasta la última gota de su sangre, y yo a imitación suya, aunque nada les pueda dar, tendré el consuelo de llorar con ellos y sentir sus penas”.
«El vivir la Cruz implica ante todo mucha entrega y amor»
“Hijas mías, nuestro país es la Cruz, que en la Cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la Cruz somos forasteras”. Esta frase de Sor Ángela resume el espíritu del Instituto porque a la Cruz se llega dejando todo atrás: en pobreza absoluta para estar solo pendiente de Dios y en humildad total por la humillación permanente. El vivir la Cruz implica ante todo mucha entrega y amor “sumo desprendimiento, suma pobreza, suma austeridad, sumo trabajo, sumo sacrificio”, porque en el amor está la recompensa.
La Cruz es camino de salvación: “En la Cruz está la vida y el consuelo. Ella es el camino para el cielo”. Y la Cruz también significa aceptar siempre, en cualquier circunstancia, la voluntad del Señor. Decía Sor Ángela “Debo estar siempre en Dios, venga lo que venga, sin ocuparme más que de hacer su Voluntad Santísima en todo”.
En uno de sus consejos a las Hermanas afirmó: “En gustando las dulzuras de la cruz, antes desearéis la muerte que ser la causa de separarse de la Cruz bendita, donde está la única felicidad que hay en el mundo y el principio de la vida eterna”. Explica Madre Angelita que el huir de la Cruz tiene consecuencias: “No hay nadie que viva sin cruz y el que huya de una encontrará otra mayor”.
Las Hermanas de la Cruz siguen al pie de la letra las enseñanzas de Sor Ángela y viven en pobreza, fidelidad, humildad, fe, confianza y austeridad su amor por Dios y por los pobres y enfermos en la cruz del Calvario. Y todo con gran sencillez, como ella les enseñó: “No es preciso hacer obras sobresalientes, basta que lo hagamos lo hagamos bien hecho y por amor a Dios”. Esa fidelidad de las Hermanas al legado de la fundadora, esa vida suya llena de renuncias y sacrificios por amor, ese camino siempre con el norte en el Calvario, es lo que refrenda la sabiduría de la Cruz con la que Dios iluminó a Santa Ángela.