El martirio de las santas Justa y Rufina está fechado a finales del siglo III, hacia el año 287, en tiempos del emperador Maximiano. Es el primer dato histórico documentado con el que cuenta la Iglesia hispalense, hasta el punto de que su historia, puede afirmarse, comienza a partir del martirio de estas mujeres.
Las santas Justa y Rufina procedían de una de las pocas familias cristianas de la Híspalis romana de finales del siglo III, que formaba parte de la comunidad presidida por el obispo Sabino. Ambas eran hermanas, mujeres sencillas, de procedencia modesta, que trabajaban en la artesanía del barro. Vivían en el arrabal de Triana.
En aquella época, la inmensa mayoría de los habitantes de Híspalis practicaba la religión grecorromana. Estos, cada año, en el mes de junio, celebraban las adonías, fiesta en la que participaban mayoritariamente las mujeres de la alta sociedad, quienes recordaban a la diosa siria Salambó (Afrodita griega o Venus romana), representada dolida y llorosa por la muerte de su amado, dios que muere y renace todos los años. Era una estatua de barro, con la cabeza reclinada sobre el brazo izquierdo, en actitud de apresar algo, y el rostro cubierto con un velo en señal de luto. Es muy probable que el templo a Salambó en Híspalis se encontrara en el sitio donde hoy se erige la parroquia de Santa María Magdalena.
Justa y Rufina se hallaban al cuidado de su comercio de cacharros de alfarería cuando, por delante de su negocio, pasó la procesión de la diosa Salambó. Algunas mujeres que participaban en el cortejo se dedicaban a pedir donativos para el culto a la diosa y, al ver a las dos hermanas, les reclamaron alguna ofrenda. Ambas se negaron a dársela. Con palabras de san Pablo, dijeron: Nosotras damos culto a Dios, no a este ídolo fabricado, que no tiene ojos, ni mano, ni vida alguna propia. Y añadieron: Y no os damos nada, a no ser que alguna de vosotras necesite una limosna o padezca necesidad.
Se produjo una disputa de unas con otras. Las mujeres fieles a la diosa Salambó arremetieron contra el puesto y rompieron los cacharros de barro expuestos para la venta. Surgió así un alboroto en el que las santas mujeres empujaron a quienes llevaban la imagen de Salambó, la dejaron caer y se hizo pedazos. La guardia del gobernador intervino en el altercado. Los devotos de la diosa tacharon el acto de sacrílego y clamaron que las dos hermanas debían ser juzgadas. Los de la guardia detuvieron a Justa y a Rufina, llevándolas a las cárceles, que se encontraban extramuros de la ciudad, frente a la Puerta del Sol.
En tiempos de las santas Justa y Rufina, Diogeniano era gobernador de la Bética. Como la inmensa mayoría, practicaba los ritos de la religión grecorromana. Los devotos de Salambó divulgaron el hecho del destrozo de su ídolo, tachándolo de sacrilegio y clamando que debían ser juzgadas y condenadas a muerte. Llegaron al prefecto los hechos ocurridos. Este mandó que las hermanas fueran encarceladas y bien custodiadas.
Estaban Justa y Rufina totalmente entregadas a Dios. En el interrogatorio, ellas admitieron haber cometido el supuesto sacrilegio.
Entonces, les propusieron que abandonaran sus creencias cristianas y las dejarían libres, a lo que Justa y Rufina se negaron. Diogeniano dio la orden de atormentarlas con torturas en el potro y con garfios de hierro, con el convencimiento de que el trato que se les daba sería suficiente para que abandonaran la fe cristiana. Viendo que los padecimientos y dolores no las vencían, decidió aumentar la dureza de la prisión y que padecieran los rigores del hambre y la sed.
Viendo el prefecto Diogeniano que ni las torturas, ni el potro, ni los garfios de hierro, ni la dura cárcel, ni el hambre, ni la sed bastaban para que Justa y Rufina renunciaran a la fe en Jesucristo, mandó que las pusieran a caminar descalzas por parajes difíciles y pedregosos. Así, ambas hermanas fueron andando hasta Sierra Morena, al norte de Sevilla, con las fuerzas que solo da la fe. El gobernador, viendo que ninguna tortura era suficiente para que Justa y Rufina abandonaran la fe cristiana, ordenó encarcelarlas hasta morir.
Encerradas de nuevo tras la caminata, Justa se halló agotada por el sufrimiento de las torturas y, el día 17 de julio del 287, expiró santamente en la cárcel. Tras su muerte, el cuerpo fue arrojado a una fosa en un lugar próximo al sitio del encarcelamiento. Enterado de los hechos, el obispo Sabino organizó el rescate del cuerpo de santa Justa y lo buscó hasta encontrarlo. Este fue conocido como Prado de Santa Justa, hoy estación de ferrocarril y zona urbana que lleva el mismo nombre.
Tras la muerte de Justa, el prefecto pensaba que Rufina renunciaría pronto a la fe cristiana pero no fue así, por lo que Diogeniano, dos días después, el 19 de julio del 287, decidió acabar con la vida de la muchacha llevándola al anfiteatro para entregarla a un león que la destrozase. El animal se acercó a Rufina y solo lamió su cuerpo, en vista de lo cual el gobernador mandó degollarla y, finalmente, quemarla.
De nuevo, el obispo Sabino, igual que hiciera con el cuerpo muerto de santa Justa, recogió la cabeza, los restos que quedaron y las cenizas de santa Rufina, y la enterró junto a su hermana en el lugar en el que, pocos años después, cuando los cristianos dejaron de estar perseguidos, en el 313, se levantó una pequeña capilla con el nombre de las santas.
La sangre derramada por las mártires Justa y Rufina fue semilla de nuevas vocaciones a la vida cristiana y sirvió para el florecimiento y la estabilidad de la Iglesia hispalense. Será con la llegada de los visigodos, y más concretamente con san Leandro y con su hermano y sucesor en la sede hispalense san Isidoro, cuando la Iglesia de Sevilla llegará a vivir grandes momentos de esplendor. En estos años, la devoción a santas Justa y Rufina alcanza gran importancia, llegándose a componer hermosos textos litúrgicos para ser rezados en el Oficio y en la celebración de la Eucaristía. En una de estas oraciones a las santas se hace referencia a la veneración de sus reliquias y a su patronazgo sobre la ciudad de Sevilla.
San Leandro, en el siglo VI, construyó una basílica a santas Justa y Rufina en el mismo lugar de la capilla del enterramiento. Al igual que su hermano san Isidoro, sintió una profunda veneración hacia todo lo que estuviese relacionado con las santas patronas.
Reconquistada la ciudad de Sevilla por el rey santo Fernando III de Castilla el día 23 de noviembre de 1248, se reorganiza la Iglesia hispalense, recuperándose el culto y la veneración a santas Justa y Rufina. Culto y veneración a las santas patronas de Sevilla que, hasta la fecha, se había extendido por muchos lugares de la península ibérica.
San Fernando entregó el sitio donde se recordaba que estuvieron encarceladas las santas a los Religiosos Trinitarios. En sus proximidades, los trinitarios levantaron una iglesia y colocaron unas imágenes de las santas en su altar mayor. Sobre esta edificación primitiva, la Orden Trinitaria construyó una nueva en el siglo XVII, que, en la actualidad, es la basílica de María Auxiliadora de la Comunidad Salesiana de la Trinidad.
Al igual que ocurriera en el lugar de las cárceles, tras la Reconquista, en el mismo sitio que estuvo la basílica de Santas Justa y Rufina que mandó construir san Leandro, se edificó una ermita con el nombre de las santas alfareras. En este emplazamiento se fundó en el siglo XVII una comunidad de frailes capuchinos y se construyó una iglesia y convento con el nombre de las santas. Para esta iglesia, el pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo pintó, en el año 1666, el cuadro de las santas patronas que actualmente, tras la desamortización de 1836, se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Aquella iglesia es el mismo lugar en el que hoy sigue encontrándose la de las Santas Justa y Rufina y parroquia de la Divina Pastora.
Santas Justa y Rufina son veneradas como santas por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa. Su festividad se celebra en Sevilla el 17 de julio, siguiendo la tradición de la liturgia hispano mozárabe.
Son patronas y protectoras de la ciudad de Sevilla, patronazgo al que ya se hace referencia en antiguos textos litúrgicos. En cuanto a su protección sobre la ciudad, queda bien reflejada en las crónicas del terremoto del año 1504: la piedad popular atribuyó el hecho de que la Giralda no se derrumbase a la intercesión de las santas, al igual que ocurriera con el terremoto de 1755.
Además, son patronas del gremio de alfareros de las ciudades de Orihuela, en Alicante; Manises, en Valencia; Payo de Ojeda, en Palencia; Huete, en Cuenca, y Maluenda, en Zaragoza. Especialmente se veneran en Navarrete, La Rioja, y en Lisboa, en Portugal.
En cuanto a la devoción a santas Justa y Rufina en Triana en los últimos siglos, en la parroquia de Santa Ana existe la representación de las santas más antiguas que se conservan en la actualidad. Se trata de las pintadas sobre tabla por el conocido como Maestro de Moguer, hacia 1540. Las santas sostienen una imagen de Sevilla del siglo XVI.
El día 5 de octubre de 2013 fueron bendecidas las imágenes de las santas Justa y Rufina, realizadas por el escultor Manuel Martín Nieto, y veneradas en la parroquia de su mismo nombre en el barrio de Triana.
Con información de la parroquia Santa Justa y Rufina.