¿Para qué se puede utilizar el agua bendita?
Los sacramentales son signos instituidos por la Iglesia (Catecismo, 1667). Ellos son una oración de impetración de la Iglesia, para que los fieles puedan obtener efectos espirituales y los prepare para recibir la gracia sacramental y/o a responder a ella. Con los sacramentales el cristiano se beneficia de los bienes espirituales que la Iglesia conserva como un tesoro; bienes que le ha dado Dios a la Iglesia para que los administre a favor de sus hijos.
Uno de los sacramentales es el agua bendita. Este sacramental, como cualquier otro, expresa efectos ESPIRITUALES, ayuda a santificar las diversas circunstancias de la vida e impetra los beneficios de Dios para su gloria. Estos son los únicos fines del agua bendita y de todos los demás sacramentales.
El agua bendita a su vez se utiliza en otros sacramentales; y estos sacramentales sirven para consagrar, bendecir y exorcizar.
Uso para consagrar: Algunas bendiciones tienen un carácter permanente y en este caso se llaman consagraciones. Su objetivo es reservar para el uso oficial y litúrgico de la Iglesia algunos objetos y lugares, y también consagrar o dedicar personas a Dios.
Uso para bendecir: “La Bendición del Agua gozó siempre de gran veneración en la Iglesia y constituye uno de los signos que con frecuencia usa la Iglesia para bendecir a los fieles” (Bendicional, 1223).
Uso para exorcizar: El uso del agua bendita, entre otras muchas más cosas, es eficaz protección contra el influjo del diablo. Decía San Josémaria Escrivá: “Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: “De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”: Camino, 572).
Y si la materia (El santo Crisma o el agua bendita, etc.) tiene cierta influencia, por ejemplo, en expulsar demonios, no es por su materialidad en sí misma, sino porque la Iglesia ha unido a dicha materia un poder espiritual al bendecirla. Por consiguiente, el objeto no actúa por sí mismo, sino por el poder de Cristo que se ha unido a dicho objeto. Dicho de otra manera, la Iglesia, con el poder que ha recibido de Cristo, puede unir un efecto espiritual a una materialidad.
¿Cualquiera puede consagrar, bendecir y exorcizar con agua bendita? No: estas acciones (consagrar, bendecir y exorcizar) están reservadas a un ministro ordenado y/o administradas bajo su orientación. Además de los usos anteriormente mencionados del agua bendita, la Iglesia la utiliza en las exequias. Se derrama agua bendita sobre los féretros para acompañar a los difuntos en la entrada a la eternidad.
Ahora, por parte de fiel, el agua bendita se puede usar directamente para:
Pensar en Cristo: El agua bendita permite que los fieles piensen en Cristo y entren en contacto con Él, cima de la bendición divina. Él mismo se hace llamar agua viva (Jn 4, 13-14).
Recordar su dignidad bautismal: El agua bendita nos remite a nuestro Bautismo, que fue el momento en que entramos a formar parte de la familia de Dios al ser reconocidos como sus hijos. Y, finalmente, el agua bendita sirve para renovar las promesas bautismales sobre todo de manera solemne en la noche de la Vigilia Pascual y los domingos de Pascua.
Santiguarse: Como el poder sacerdotal deja una influencia sobre el agua que es bendecida, el santiguarnos con dicha agua nos trae gracias divinas por la oración de la Iglesia. Es clara pues la relación del agua con la dimensión espiritual del cristiano, es una relación que ahonda sus raíces en la historia bíblica.
Hay que tener en cuenta que el agua, en la Sagrada Escritura, está relacionada directamente con la Salvación. Y el agua bendita ha sido usada en la liturgia desde los inicios de la Iglesia. Por esto, cada vez que seamos asperjados con el agua bendita o que nos hagamos la señal de la Cruz con ella al entrar a la iglesia daremos gracias a Dios por sus dones e imploraremos su auxilio con el fin de vivir de acuerdo con las exigencias del Bautismo, que es el sacramento de la salvación.
Hasta aquí el uso correcto, lícito y sano del agua bendita. Fuera de lo anterior el uso del agua bendita es ilegítimo.
El uso del agua bendita, por parte del feligrés, se debe hacer con prudencia, responsabilidad y buen criterio; alejarla de todo uso supersticioso. Y no solo el agua bendita se debe desligar de todo uso supersticioso, sino también todo lo relacionado con la fe.
Se cae en superstición cuando se usan los sacramentales e incluso los sacramentos mismos con fines ajenos al sano y correcto sentimiento religioso. El supersticioso pone su confianza exclusivamente en sus propias obras, aunque sean buenas, con la intención de obligar a Dios a concederle, a como dé lugar, todo aquello que le interesa.
El supersticioso es pues aquel que no busca o acoge la gracia gratuita de Dios sino que ‘paga’ ofreciéndole a Dios algo con un fin específico. Quien se relaciona con el agua bendita actúa supersticiosamente, al creer que por ese mismo hecho Dios ya está obligado a concederle lo que ha pedido. Todo esto es contrario a la razón y extraño a la fe cristiana.
Se cae en superstición cuando se le atribuye al agua bendita poderes mágicos, cuando se le da un carácter medicinal o cuando se toman medicamentos con ella, etc. Otros, además, le dan al agua bendita otros usos indebidos que llegan incluso a desvirtuarla como es el caso de los que practican las ciencias ocultas.
El agua bendita, de igual manera, no se debe concebir como algo que contenga propiedades energéticas para limpiar el hogar o cualquier tipo de objetos, ni tampoco para llevarla colgada al cuello para prevenir, por ejemplo, el mal de ojo.
El agua bendita no se debe aprovechar tampoco con otros fines esotéricos, como un amuleto o talismán por ejemplo, para favorecer la buena suerte o garantizar éxitos y prosperidad.
Cuando se tiene una sólida formación cristiana, cuando le damos a la Palabra de Dios su lugar, cuando vivimos los sacramentos, cuando vivimos coherentemente una fe correcta en comunión con la Iglesia vemos que no hay espacio para las supersticiones (Hch 19,18-20).
Es lo que decía G. K. Chesterton: “Dejad de creer en Dios y creeréis en cualquier cosa”. Nosotros los cristianos, creyendo en la divina providencia, debemos ser responsables de nuestros actos; y si pedimos a Dios por nuestras necesidades lo hacemos sabiendo que Dios sabe lo que es mejor para cada quien y nos acogemos a su divina voluntad.
Fuente: Aleteia