Trinidad Montes es Mercedaria Descalza en el Convento de San Andrés en Marchena (Sevilla). Su testimonio es muy especial en este mes en el que se celebra la festividad de la Virgen de la Merced y en este año en el que la familia mercedaria conmemora los ochocientos años de la fundación de la Orden.
El primer encuentro de Sor Trinidad con las Mercedarias Descalzas ocurrió siendo muy joven, a través de un grupo de chicas que rezaba vísperas con las monjas todos los días. Reconoce que con apenas 15 años “estaba dando vueltas sin saber qué quería Dios de mí”, y al conocerlas empezó a pedirle al Señor que “si quería a alguien de mi familia, que me eligiera a mí”. Y esa llamada no se hizo esperar. “La escuché durante la Novena a la Virgen de la Merced, en la que, haciendo oración, sentí que Dios decía: quédate aquí”.
A esta revelación le siguió un breve periodo de discernimiento y una experiencia en el convento de San Andrés. Pero dar el paso definitivo no fue fácil para esta marchenera: “no tenía madre, mis hermanos eran pequeños y tenía la duda de si era el momento o no. Pero entonces mi hermano ingresó en el Seminario Menor y entendí que yo también debía dar el paso”. Probablemente, confiesa, “si mi hermano se hubiera quedado en casa, yo no me habría atrevido a ingresar en el convento”. Su padre siempre la apoyó porque aseguraba que “si perdía la oportunidad y luego no era feliz, él sería el responsable de mi infelicidad”.
Después de una dilatada vida en el convento destaca que “he intentado vivir mi vocación teniendo en cuenta dos actitudes: el servicio y la alegría, es decir, vivir la vida ordinaria a través de estas dos claves. Aunque haya fallado muchas veces, aún sigo teniéndolo muy presente”.
Más concretamente, Sor Trinidad habla del carisma mercedario: “ser merced significa liberar, redimir, con lo que hace uno en la vida ordinaria. Yo se lo digo a las jóvenes, que nuestro carisma es muy bonito, que nuestra oración debe ser redentora, como nuestra vida, en cualquier cosa que se haga. Por ello, nosotras no debemos mirar el sacrificio, sino la ofrenda al Señor”.
Este carisma lo transmiten a las jóvenes marcheneras con inquietud espiritual a las que intentan dar una respuesta vocacional. Al respecto, esta religiosa cree que “el paso de las chicas por una comunidad contemplativa marca siempre, tanto a la que viene de fuera como a las que estamos dentro, porque mantiene a la comunidad en una actitud de apertura de mente y de corazón”.