Realizar una buena comedia no es tarea fácil. Si además el guión se propone abordar cuestiones trascedentes la dificultad aumenta. Conscientes del riesgo, Falcone y su co-guionista, Marco Martani, recuperan los elementos de un género autóctono bien conocido: la ‘commedia all’italiana’, que desde la década de 1950 y durante casi 30 años cultivaron con éxito directores como Mario Monicelli, Luigi Comencini, Ettore Scola, Pietro Germi, Antonio Pietrangeli, Dino Risi… Y la apuesta les sale bastante bien.
Si la chispa y el ingenio de los diálogos determinan buena parte de la calidad de una comedia, otro tanto hay que concederle a la aportación de los actores. Y en este caso Falcone ha podido contar con un trío formidable: Marco Giallini en el papel de Tommaso, cardiólogo de prestigio, liberal y ateo convencido; Laura Morante como Carla, ama de casa eclipsada por el ego de su marido; y Alessandro Gassman dando vida al sacerdote Don Pietro. Junto a ellos, una galería de divertidos y eficaces secundarios.
Del argumento no conviene adelantar mucho. Bastaría con decir que Tommaso y Carla tienen dos hijos: Bianca, que está casada, y Andrea, buen estudiante de medicina dispuesto a continuar la estela de su padre. Últimamente Tommaso nota a Andrea algo descentrado, hasta que un buen día su hijo convoca a toda familia porque tiene algo importante que comunicarles, una noticia que va a provocar diversas reacciones y que tendrá sus (positivas) consecuencias.
El tono humorístico del filme no supone una trivialización de los interesantes temas que plantea: la razonabilidad de la fe, el respeto a las creencias religiosas, la necesidad del diálogo y de superar los prejuicios… En mi opinión, a la trama le falta puntualmente un pelín de sutileza y de valentía, efecto quizá de la preocupación de Falcone por dirigir su película a un público amplio, creyente o no. En cualquier caso, estamos ante una comedia agradable e inteligente, divertida en la forma y sustanciosa en el fondo.
Juan Jesús de Cózar