Vistas con humildad, las cosas son sencillas. Muchos piensan que la fe es el refugio de los inseguros. Nada más lejos de la verdad. La fe es, en gran medida, una consecuencia de la razón. Es absolutamente razonable. Cierto que la fe cristiana da seguridad, pero no es el asiento de los débiles. La seguridad cristiana no avasalla, se asienta, se alimenta en la humildad. Entre otras cosas porque no es posible tener fe sin ser humildes. Y la humildad se asienta en la verdad, se nutre de la razón.
Y la humildad nos hace conscientes de que no decidimos nacer, no decidimos morir, que la mano de Dios se adivina en multitud de cosas, como conocer la mujer que nos acompaña, los amigos, el trabajo. Creemos que elegimos y en cierta manera es verdad, pero elegimos lo que se nos pone por delante y eso no depende de nosotros. Sería fácil ver la mano de Dios en esto.
Y es que, realmente tenemos pocos argumentos para alimentar la soberbia. Uno muy común es pensar que maduramos por méritos propios. Eso solo es así en una pequeña medida. Nuestra maduración viene sobre todo por los años, los años cambian nuestra visión de la vida, las responsabilidades que le acompañan nos modelan, hacen cambiar nuestra manera de pensar, son las que en gran medida nos hacen ver las cosas de otra manera. De la energía de la juventud, que busca el riesgo, la aventura, lo novedoso, pasamos a la madurez de la vida adulta para terminar en la vejez, donde lo que queremos es que nada cambie. No somos nosotros, son los años los que remodelan nuestro pensamiento.
Podríamos ver también ahí la mano de Dios, que poco a poco nos va llevando a su seno, seria hasta fácil pensar así. Pero desde la soberbia imposible, soy yo, señor de mí mismo, dueño de mi propio destino quien marca la ruta de mi vida. Pero la vida nos lleva y nos trae, a veces dando tumbos.
Pero hay que insistir, no es tan difícil tener fe, además, dicho con humildad, es una batalla de caballo ganador. Solo hay un enemigo, la soberbia.
Manuel Fidalgo