- Religiosa Dominica
- 1969, Torredonjimeno (Jaén)
- Monasterio Santa María la Real de Bormujos
Con solo 15 años sor Mª Montserrat experimentó por primera vez que Dios la llamaba a la vida religiosa, atraída por el ejemplo de su hermano que entró en la Orden de Predicadores. “Cada vez que lo visitaba en el convento, me sentía envuelta por el “misterio” de Dios”, recuerda. Dos años más tarde ingresaba ella misma en el monasterio de las madres dominicas Santa María la Real de Bormujos, donde permanece casi 40 años después.
Respecto al carisma de la congregación, explica que “Dios suscita los carismas en su Iglesia según las necesidades que ve en medio de su pueblo, y así, en el siglo XIII, cuando nace nuestra Orden, el pueblo de Dios estaba privado de la predicación, ya que solo podían predicar los obispos. Santo Domingo de Guzmán, nuestro fundador, se sintió llamado por Dios a evangelizar con una predicación al estilo de los apóstoles por toda Europa”. Esta predicación, apunta, debe estar “fundamentada con el estudio, orada, contemplada y testimoniada”, por eso, los cuatro pilares de la vida de la Orden son “la oración, el estudio, la predicación para la salvación de las almas y la comunión de vida”.
Misión de la vida consagrada
Gracias a estos cuatro pilares las religiosas viven su fe en la cotidianeidad: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos, por eso, todo en mi vida está envuelto y sustentado por Él”. Concretamente, esta religiosa jienense experimenta el amor de Dios “en cada gesto y detalle, en su presencia viva en al Eucaristía, en su Palabra que me dirige y me acompaña, y en los hermanos”.
También durante la oración comunitaria, que describe como “una gran riqueza, máxime cuando se puede celebrar una liturgia digna y bella”. Destaca que en su comunidad se cuida mucho este aspecto “y eso es algo que me edifica, así como el hecho de compartirla con los laicos”. En esta línea, añade, “me edifica ver a las hermanas y a los seglares rezar, saber que estamos haciéndolo en nombre de toda la Iglesia y en comunión con la Iglesia celeste”. No en vano, la misión de la vida consagrada “es esencial en la Iglesia y en medio de nuestro mundo. Ella siempre nos va a remitir al comienzo del cristianismo, a la primera comunidad cristiana que tenía una sola alma y un corazón en Dios, que lo tenían todo en común y nadie pasaba necesidad, que eran perseverantes en la oración, en la escucha de la Palabra y en la fracción del pan”. “La vida consagrada -continúa- es esencial porque son vidas dedicadas en exclusividad al Señor, solo por Él y para su gloria, haciendo presente a Dios en cualquier rincón del mundo, amando hasta el extremo y entregando la vida como lo hizo Él”.
Conocer la clausura
Finalmente, sor Mª Montserrat insta a todas aquellas personas que se estén planteando la vocación religiosa a vencer sus miedos, sabiendo que “no es una la que escoge seguir a Jesucristo, sino que es Él quien te elige y te capacita para seguirle en el camino. Esto me da la confianza de que, aún en medio de mi pecado y mi debilidad, Él me conoce y me ha llamado fiándose plenamente de mí, ¿cómo no voy a fiarme yo de Él?”, se pregunta.
Asimismo, invita a todos a “que siempre que tengan oportunidad de acercarse a un monasterio, participen de su liturgia, de ese espacio de silencio y de esa dimensión que da la clausura, que lejos de ser una huida y un alejamiento es una perspectiva que te permite ver al mundo y escucharlo con los ojos y los oídos de Dios”.