¡SOY UN CONTINUO MILAGRO DE DIOS!

Cuando comenzaba mi andadura como misionera idente, una de mis formadoras solía decir que nuestro testimonio espiritual debía ser siempre personal; no genérico. No es lo que otros piensen, hagan, digan… Es lo que me concierne a mí directamente. Cuál es mi respuesta y cómo me comporto atendiendo a lo que dice el evangelio. Esa es la cuestión.

Pues bien, tomando en consideración, una vez más, esa enseñanza tan valiosa, me he permitido encabezar esta exposición con lo que siento que es mi vida: “Un continúo milagro de Dios”. Lo pienso cada día, pero el pasado 11 de octubre de 2024, festividad de la Virgen de Begoña y de san Juan XXIII, he cumplido 54 años de mi profesión religiosa, y hace unos días celebré 55 del llamamiento del que fui objeto por Cristo en un lugar tan sorprendente como los antiguos servicios de la Biblioteca Nacional, en Madrid. Con lo cual, se intensifica de forma singular esa íntima convicción de que es la Santísima Trinidad quien me sostiene.

Más de medio siglo debería dar que pensar también a los incrédulos, porque ya no soy aquella joven de dieciocho años que el 11 de octubre de 1970, en la capilla de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús del monasterio de la Encarnación de Ávila, leía la promesa de vivir los votos de tal modo que alcanzara la santidad a la que Cristo me invitaba, eligiéndome entre tantos millones y millones de personas que podrían haber experimentado ese anhelo que tan profundamente llevaba clavado en el corazón y que no se ha aminorado. Porque Él no habla al oído, sino a lo más hondo de nuestro ser. Y yo, con su gracia, seguí un camino a través del cual he ido sufriendo una metamorfosis a todos los niveles: humano, espiritual, intelectual… Un itinerario en el que no ha faltado nada, incluidas luces y sombras, porque las flaquezas y las debilidades son propias de cada uno de los seres humanos.

¿De verdad habrá quienes crean que se puede vivir sumidos en un “engaño” tantas décadas? ¿Que es una especie de sortilegio el que pudo darse conmigo para que prosiga dando pasos en una dirección que les deja impertérritos? Si es así, me permito decirles, modestamente, pero con toda claridad, que están equivocados. Que la fe, la esperanza en una vida que nada tiene que ver con lo que se halla en la tierra, excepto en los destellos del amor generoso, que a los pies de nuestro Padre celestial tendrán su pleno resplandor, es de innegable belleza. Que llena los días de alegría, de sueños e ilusiones, que mueve a actuar siempre creyendo en la realización de lo que humanamente se considera imposible porque para Dios no lo es.

No. La fe, la consagración no es una quimera. Perseverar es un milagro cotidiano. Mirar atrás produce vértigo precisamente porque las vivencias son tan apretadas y se han ido desarrollando en medio de tantas y tan complejas situaciones -unas más fáciles o más llevaderas que otras- que es algo que impresiona. Pero la vida es así. Y la de un consagrado no tiene por qué diferenciarse tanto de la que han elegido otras personas. El llamamiento de Cristo es universal; lo sabemos perfectamente. Y la fidelidad es una gracia que todos deberían acoger como virtud que es y que afecta a cualquier estado.

Recuerdo, una vez más, que Dios actúa con el ser humano con el ser humano, como dice Fernando Rielo, mi fundador. Y yo, hasta el presente -y suplico que sea hasta mi último aliento-  se ve que he debido ir dando respuestas que, aun siendo débiles, Cristo multiplica y engrandece. ¡Bendito sea! Les pido, como hace el Papa, que recen por mí.

Isabel Orellana Vilches