Tenemos ante nosotros un campo extensísimo, como es el mundo, para echar la semilla de Dios. El hecho de pasar la vida sin darnos cuenta, como muchas veces ocurre, de las maravillas que Dios nos pone delante y de las distintas formas de actuación que tenemos obligación como cristianos de llevar a cabo, es signo de que solo pensamos en nosotros mismos y en nuestros problemas, sin reconocer que es Dios quien nos los pone a nuestro alcance para que actuemos.
La primera lectura nos pone delante a Moisés que, pastoreando el rebaño de su suegro, descubre la zarza ardiendo sin consumirse. Es algo insólito como el reconoce.
“Voy a acercarme para ver este espectáculo admirable…”. Hay un deseo en él de ver que es lo que ocurre.
Ante la cercanía de Moisés y conociendo su predisposición, Dios se le presenta como el Dios de sus antepasados, haciéndole ver el sufrimiento del pueblo de Israel oprimido por los egipcios para que sea con su ayuda, lo libere.
Un hecho, al parecer insignificante debido a la curiosidad, por el que Dios lo orienta hacia la ayuda a los necesitados.
En la actualidad la opresión tiene muchas formas, pero siempre basadas en la pobreza espiritual y material que producen las injusticias, como son:
- las guerras;
- defraudaciones y engaños;
- todo tipo de violencia de palabra u obra;
- carencia de oportunidades;
- falta de cualquier tipo de atención: social, sanitaria, humana, etc.;
- excesiva riqueza e ilícita;
- diferencia en la aplicación de la ley;
- violación de derechos humanos rechazando inmigrantes; etc.
Ante estas situaciones, Dios se ha de servir de nosotros lo mismo que hizo con Moisés. Ha de contar con nuestra predisposición leal y abierta, evitando el juicio sobre aquellos que padecen las injusticias. Esta es la figura de los que se presentaron ante Él, al creer que lo que les había pasado se lo merecían. Justificación para evitar implicarse.
Dios nos da las oportunidades, y tiene la paciencia de darnos tiempo, el de nuestra vida, para ayudar al hermano ante su sufrimiento. Él espera nuestra actuación en ayuda a los más débiles para que, al menos, intentemos dar el fruto en el ambiente en el que nos ha puesto.
CAMINAR CON LOS PADRES DE LA IGLESIA. Cinco caminos de penitencia
San Juan Crisóstomo nos propone todo un programa práctico de renovación espiritual a través de sus cinco caminos de penitencia:
Nadie que quiera seguir a Jesús estará excusado de recorrer esos caminos.
¿Quieren que les recuerde los diversos caminos de penitencia?
Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.
El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el profeta: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor.
Éste es un primer y magnífico camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas Porque si ustedes perdonan al prójimo sus faltas -dice el Señor-, también su Padre celestial perdonará las de ustedes.
¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia?
Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.
Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee un grande y extraordinario poder.
También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado.
Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia:
- primero, la acusación de los pecados;
- segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo;
- tercero, la oración;
- cuarto, la limosna;
- y quinto, la humildad.
No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar alegando tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías renunciar a tu ira y mostrarte humilde, podrías orar de manera constante y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas.
Pero, ¿qué estoy diciendo?
La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes -hablo de la limosna pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.
Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo. (De las Homilías de San Juan Crisóstomo).