En este año jubilar josefino el Santo Patriarca ofrece una sublime lección sobre la ternura. El papa Francisco en su bellísima Carta Apostólica Patris Corde lo ensalza como «Padre en la ternura». Es maestro, doctor de un rasgo esencial que debería estar en el centro de nuestra vida a efecto de crear en nuestro entorno una convivencia amable, respetuosa, pacífica, donde el lenguaje de miradas y gestos desvelen el amor de unos hacia otros. Ternura y misericordia se dan la mano. Todos hemos sido alguna vez hijos pródigos. Experimentamos la bendición de ser acogidos sin censuras, ni reproches. En lugar de devolvernos el mal que hicimos, los brazos de quienes nos estiman buscan alzarnos de ese lodo en el que nos dejamos atrapar por nuestras flaquezas. Nos lanzan a un cielo que ya es real en la tierra porque así nos sentimos cuando la ternura irrumpiendo en nuestro día a día nos habla de nuestro Padre celestial.
Con ternura se enseña la verdad, pero no se ofende. Se educa con tesón y paciencia. Se labra una tierra que será fecunda porque en ella se sembró la confianza. Nos llena de fortaleza; hace de nosotros personas compasivas y generosas. Es la caridad la voz que debería resonar en el mundo. Por lo demás, ser tierno no es signo de flaqueza o de puerilidad, como ha señalado el Sumo Pontífice: «La ternura no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor». Dejémonos invadir por ella.
Isabel Orellana Vilches