El niño ‘tocado por Dios’

Ángel López Olivero es un chico normal como cualquier otro. Nació en Mairena del Alcor en el año 2000.  La suya es una vocación temprana que surgió cuando era muy pequeño. Hoy, estudia Bachillerato y lleva ya cuatro años viviendo y formándose en el Seminario Menor.

La historia vocacional de Ángel comenzó hace muchos años, concretamente cuando apenas tenía cinco, cuando su párroco le propuso ser monaguillo. Un par de años más tarde, escuchó a hurtadillas cómo éste aseguraba a su madre que el niño estaba ‘tocado por Dios’. “En ese momento fui al Sagrario y le dije al Señor que eso era imposible porque yo nunca lo había visto y mucho menos me había tocado”.

Pero la semilla empezó a germinar. “Otro día, durante la celebración de la Misa, levanté la vista durante la Consagración y me pregunté por qué yo no podría ser sacerdote”. Esta pregunta “fue un runrún constante” hasta el día de su Primera Comunión, que celebró vestido de monaguillo. “Cuando recibí la comunión por primera vez sentí que el Señor se me hacía más presente” y fue entonces cuando decidió que sería sacerdote.

Cuando el Seminario Menor abrió sus puertas acudió sin dudarlo: “Allí me sentía feliz, como nunca antes lo había sido”. Cuando volvió de esa visita confesó a su madre su intención de ingresar como seminarista menor al año siguiente, aunque él apenas cursaba 6º de Primaria. “Ella no se lo tomó muy bien, pensaba que eran cosas de niños, así que me apuntó a natación y me pidió que siguiera con mis estudios musicales (toco el clarinete) para que se me pasaran esas ideas”. Pero la llamada del Señor era más fuerte, cada vez más clara, así que Ángel inició el Pre-seminario y esperó hasta 2º de la ESO para ingresar como seminarista.

Han pasado más de cuatro años desde entonces y Ángel asegura sentirse “muy contento, porque aquí me han enseñado a profundizar en mi fe, a vivir más intensamente la Eucaristía, buscar los trasfondos de los gestos y oraciones, y a entender mejor qué es lo que el Señor quiere de mí”. Además, destaca la convivencia con sus compañeros: “cada uno somos diferentes a los demás, pero eso es bueno porque todos los días aprendemos algo nuevo y cada uno te aporta una cosa distinta”. No obstante, los estudios son duros y en periodos de exámenes “todos nos volvemos unos saboríos”, reconoce entre risas.

Pese a su juventud, Ángel tiene claro que la vocación “es como una montaña rusa, a veces estás arriba y otras abajo, pero en mí prevalecen los momentos de ascenso al Señor”. ¿Su ‘truco’ para mantenerse? La oración: “He comprobado que los vaivenes llegan cuando le restas tiempo a Dios, por eso intento ser constante en la oración que todo lo calma, todo lo puede”.

 

 

 

 

 

 

 

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