TESTIMONIO | Carla Urquijo: Un encuentro que lo cambió todo

  • Sevilla, 1971
  • Casada, con dos hijos
  • Emaús Sevilla, monitora de Teen Star y colaboradora del COF San Sebastián

Carla es una mujer risueña y cariñosa. Es ese tipo de personas que va transmitiendo a Dios en todo lo que hace, hasta sin proponérselo. Desde su educación católica, hasta su vida familiar y matrimonial, pasando por un desierto espiritual que experimentó durante años, es reflejo del encuentro de Carla con un Dios vivo que le cambió la vida.

¿Cómo ha sido su vida de fe?

Mi fe estaba vinculada a la que vivía junto a mis padres y abuelos, y a un gran sacerdote, Carlos Huelin, que acompañaba a mis padres en los Equipos de Nuestra Señora.

También mi paso por el Colegio de la Compañía de María fue decisivo: allí recibí una gran devoción a la Virgen Niña. Recuerdo con mucho cariño nuestras presentaciones cada 21 de noviembre en el templo, como la Virgen fue presentada por sus padres, y todos los 15 de mayo celebrábamos con gran alegría el día de nuestra fundadora, Santa Juana de Lestonac. Pero realmente no avancé mucho más y mi fe se quedó sin crecer, ni madurar. Al Niño Jesús lo adoré desde su nacimiento y lo acompañé hasta el templo, pero a partir de ahí la que se perdió fui yo.

¿Cómo se reencontró entonces con Jesús?

Después de nacer nuestro hijo pequeño me diagnosticaron una enfermedad autoinmune que causa dolores musculares generalizados, momentos de neblina mental y cansancio crónico. Este diagnóstico tardó en llegar, tras pasar por muchos médicos y pruebas durante varios años.

No quise asumirlo y rechazaba la idea de estar enferma con solo treinta años, así como que no tendríamos más hijos. Todo ello me llenó de victimismo y quejas continuas.

Así que, en esas condiciones físicas, tocada psíquicamente y, por supuesto, sin tener al Señor, ni casi a la Virgen en mi vida, llegaba yo al retiro de Emaús un fin de semana de junio del 2016, cansada de sobrevivir y agotada por todo. Ahora sé que fue el Señor quien me llamó, pero dos “ángeles” fueron sus instrumentos.

En el retiro tuve un encuentro con el Señor que me hizo entender cómo me había estado acompañando en ese desierto que tuve que atravesar durante años para despojarme de todo y así reconocerle. No dejé de contemplarle en la Cruz durante todo el fin de semana, esa Cruz que yo nunca quise mirar, y así acepté con gran alegría la pequeñita que a mí tanto me pesaba. Me sentí perdonada y abrazada por todo lo que le había fallado y lo sentí vivo y resucitado en la Eucaristía, en ese trozo de pan. Reconocí la presencia del Espíritu Santo en mí, un gran desconocido, y encima fui tan necia y soberbia que hasta le pedí una prueba de que todo aquello era verdad. Y al levantar mi mirada pude contemplar una imagen que nunca olvidaré y que siempre me acompaña: un Sagrado Corazón de Jesús con sus manos llagadas y extendidas hacia mí, con una mirada de misericordia que nuevamente me decía ‘Ven, levántate y sígueme’.

¿Qué destacaría del carisma de Emaús? ¿Es una propuesta evangelizadora abierta para cualquiera?

En el carisma de Emaús como método parroquial, inspirado por el Espíritu Santo, se recibe un primer anuncio, una experiencia del amor de Dios con un poder de sanación muy importante. Ese amor también lo recibes a través de las personas que realizan y sirven en ese retiro.

Esta experiencia, unida a la fraternidad que allí vivimos y la alegría que nos produce tener ese “conocimiento” del Espíritu Santo, nos lleva a querer difundir ese amor de Dios a los demás, estar en modo permanente de servicio y querer ordenar tu vida de la manera más coherente posible, conforme a Sus mandatos. Eso no implica que no nos caigamos día a día o que nuestras debilidades no sigan apareciendo, es decir, los problemas y vicisitudes de nuestras vidas son los mismos, sin embargo, la manera de llevarlos y afrontarlos no, porque ya sabemos que Él siempre nos acompaña.

En el retiro encontré una comunidad donde vivir mi fe y sentirme acompañada cada vez que las fuerzas flaqueaban. Tenemos unas reuniones de formación semanal para preparar los siguientes retiros, con adoraciones, misas y tiempos para estar juntos en comunidad. En los retiros a lo largo de estos años hemos visto personas de toda clase social, alejadas, enfadadas o sin tener conocimiento alguno de nuestra fe; personas no bautizadas, que no habían hecho la Primera comunión, etc. Y también muchas de otros carismas de la Iglesia que perseveran y no les impide servir y colaborar con este método.

Actualmente, ¿cuál es su vinculación con Emaús?

Después de estos años sigo vinculada con mi comunidad: acudo cuando puedo a las charlas formativas, no suelo faltar a la Eucaristía ni a las adoraciones.

Sí estuve muy vinculada durante un tiempo por la coordinación de los retiros en Sevilla y colaborando en la apertura de estos en Huelva. Pero Emaús tiene algo muy bueno que nos hace trabajar la humildad y la obediencia, y, por supuesto, la oración, ya que, tras la coordinación de algunos retiros, tú vuelves a pasar a una última fila. El Señor te escoge y capacita, pero cuando parece que “aprendes” y quizás puedas confiar en tus posibilidades y en las del equipo, en lugar de en las del Señor, toca dar un paso atrás. Esto creo que nos ayuda a crecer mucho espiritualmente, a pesar de que no se pueda evitar querer acompañar o dar algún consejo y seguir participando de todo, pero ya para servir al nuevo equipo.

El regalo que nos ha hecho el Señor como matrimonio ha sido servir en Effetá con los jóvenes de quienes tanto aprendemos y algún servicio con los niños de Bartimeo. Y es que ya somos una gran familia que, gracias a Dios, no para de crecer. Compartirlo con nuestros hijos, además, ha supuesto un antes y un después en nuestra propia familia.

Además de Emaús, ¿en qué espacios vive su fe?

Desde hace 20 años que vivimos en el Porvenir nuestra familia vive los sacramentos en nuestra segunda casa, la Parroquia de San Sebastián, donde nos sentimos parte de una gran familia, empezando por el sacristán y acabando por nuestros sacerdotes, en especial nuestro párroco. En ella colaboramos en distintos grupos, fundamentalmente todos los orientados a la Pastoral Familiar.

También nos ayudó mucho a vivir nuestra fe la Hermandad del Rocío de Triana, donde nos conocimos mi marido Enrique y yo, en un camino de jóvenes. Gracias a sus Colonias de verano, que este año cumplen 50 años, colaboramos con niños de exclusión social, primero como monitores y luego acompañando a Enrique en la Diputación de Caridad.  Ahora pensamos que fue entonces cuando la Virgen sembró en nosotros la inquietud por cuidar y acompañar a otras familias necesitadas.

Asimismo, quiero nombrar a mi colegio, que luego fue el de nuestros hijos. Allí también pude formarme para ser catequista y participar en el AMPA durante muchos años colaborando con la pastoral. Agradezco a D. José Luis García de la Mata, capellán del colegio durante 15 años, la formación que recibimos y que hoy como amigo nos sigue impartiendo.

En relación a la Pastoral Familiar, ¿qué tipo de apostolado realizan?

Colaboramos con la Pastoral Familiar desde hace cinco años aproximadamente.

En primer lugar, empezamos a formarnos por querer ayudar a nuestro matrimonio y a nuestros hijos. Empezamos cursando la Escuela ‘María, Reina de la familia’ durante dos años en la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla, donde tuvimos la suerte de contar con unos profesores estupendos. Especialmente nos marcaron y acompañaron mucho nuestros hoy delegados diocesanos de Familia y Vida, Rafa y Carmen, quienes nos hablaron de una formación para adolescentes.

Casi paralelamente, y después de una dirección espiritual, recibí una formación afectivo -sexual para adolescentes llamada TeenStar que, definitivamente, toca mi corazón. Siento que después de haber recibido ese don, no podemos hacer otra cosa que devolverlo en modo de tarea. Enrique, mi marido, la recibió algún año después.

Precisamente con los adolescentes, después de escucharles, acompañarles y oír sus testimonios, nos sentimos llamados a  estar fortaleciendo  su identidad y autonomía,  a través del conocimiento de sí mismos, sabiendo que son personas únicas e irrepetibles; descubriéndoles que son libres para no dejarse influenciar por lo que la sociedad actual les ofrece; enseñándoles que en las diferencias entre hombres y mujeres está la riqueza de la complementariedad y no la desigualdad; ayudándoles a reconocer la grandeza de la fertilidad para llegar al milagro de la vida y que entiendan la necesidad de proteger la vida, desde su concepción hasta su muerte natural; y que tomen  conciencia de la importancia de educar su voluntad y libertad, para decir sí o no, haciendo suyo el valor de la espera, sabiendo que están hechos para amar bien y ser bien amados. Y, finalmente, que aprendan a ser auténticos respetándose a ellos mismos, guardando su pudor e intimidad. Pero, sobre todo, queremos que sientan que están llamados a ser felices, santos y bienaventurados. Este es realmente nuestro apostolado.

También colaboramos acompañando a otras familias con dificultades en el Centro diocesano de Orientación Familiar de San Sebastián. A pesar del vértigo y lo que sientes por entrar en un terreno sagrado, siempre salimos fortalecidos y habiendo aprendido algo de la familia a la que acompañamos en esas acogidas.

Al respecto, tenemos la tranquilidad de que la Sagrada Familia nos acompaña y protege, además de la oración contemplativa de nuestras madrinas del COF, que rezan por estas familias y por nosotros. Contamos, además, con la ayuda de unos generosos profesionales, a los cuales acudimos en muchas ocasiones, así como a los matrimonios que formamos el Centro de Orientación Familiar, a nuestros directores David y María, y al director espiritual D. Isacio Siguero.

Además, están cursando un Diploma de Especialización en Pastoral Familiar, vinculado a la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid ¿Por qué cree que es importante la formación en este ámbito?

Gracias a dos matrimonios muy queridos por nosotros y por nuestro párroco decidimos seguir formándonos con esta especialización en Pastoral Familiar inspirada en la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II, donde además de recibir una excelente formación con módulos de teología, moral, psicopedagogía y pastoral, hemos tenido la oportunidad de ir con nuestros hijos, compaginando así las clases con la vida familiar y espiritual. En estos encuentros, además, nos hemos enriquecido de la convivencia con otras familias de numerosos carismas, de los cuales hemos ido aprendiendo y con quienes formamos una gran familia de familias. Como nos dijo Benedicto XVI en el V encuentro de las familias de Valencia “no es bueno que las familias estén solas”.