Irene López Barea es graduada en medicina y en estos momentos se forma como Médico Interno Residente. Ha estado 8 meses de misión en Cuba con las Hermanas Misioneras de Nazaret
En no pocas ocasiones sentimos que no llevamos las riendas de nuestras vidas, más bien nos dejamos llevar por los caminos que esta sociedad nos impone, casi sin darnos cuenta, y que nosotros asumimos como propios sin plantearnos si verdaderamente es a lo que Dios nos llama.
Irene experimentó esta sensación mientras estudiaba la carrera de Medicina. “Ciertamente yo iba muy bien en los estudios, por eso cuando empezaron a surgir algunas inquietudes dentro de mí las deseché, porque no encajaban con mi vida tal y como la tenía pensada”. Primero “tenía” que acabar la carrera; después “tenía” que estudiar el MIR; más tarde, “tenía” que hacer la especialidad…
Un año libre para Dios
Este proyecto vital se antojaba inamovible para Irene, pero, gracias a la dirección espiritual y a algunas amistades, entendió que esas inquietudes provenían de Dios. “Por eso, cuando acepté que tener un año libre era una opción, me liberé”.
En los planes de Irene se dibujaba un año para “aprovecharlo al máximo al servicio de los demás, lleno de voluntariados”. Sin embargo, reconoce que “poco a poco, el Señor me fue mostrando que no se trataba de un tiempo para coleccionar experiencias, sino para caminar en la fe”.
Misión para permanecer para y con la gente
Con esta predisposición, Irene se puso en las manos de Dios que finalmente la condujo a Cuba, junto a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, una tierra en la que ha pasado ocho meses. “Lo primero que tengo que hacer es agradecer a las hermanas su cálida acogida, ya que al llegar no me sentí como una desconocida”.
Con ellas Irene impartía catequesis a adolescentes, acompañaba a personas mayores, preparaba la Liturgia… “la misión consistía en estar disponible en el día a día, en permanecer para y con la gente”. Esta concepción de la misión chocó fuertemente con las expectativas misioneras de esta joven, “ya que sentía que todos esperaban algo de mí, que debía hacer más, dar más, estar a la altura”.
El tiempo de misión es pura gracia
No obstante, confiesa que gracias a este voluntariado del tú a tú, del acompañamiento y la escucha “he aprendido a ser más generosa con mi tiempo, a reconocer el valor de las pequeñas cosas y a servir en lo cotidiano”.
Precisamente fue necesario que tomara conciencia de que “el tiempo que estaba allí era pura gracia, era un tiempo regalado” para que fuese capaz de disfrutarlo y vivirlo en paz. “Aquel era un tiempo para dejarme amar por Dios y amarlo yo a Él”.
Irene concluye asegurando que esta etapa le ha hecho profundizar en su relación con Dios y “aclarar algunas intuiciones que traía de casa”, porque para esta tocinera lo que importa “no es la gran obra que podamos hacer, sino lo que Él hace en cada uno de nosotros”.