Mike Newell es un veterano director británico con una filmografía quizá algo irregular pero en la que destacan algunas películas interesantes. Una de ellas es Un abril encantado, estrenada en nuestro país hace 25 años. Esta sensible cinta cuenta con un medido guión ‑nominado al Oscar‑ basado en la espléndida novela Enchanted April de Elizabeth von Amim (1866-1941).
Al comienzo del film Nevell nos muestra un Londres de principios de siglo, gris, lluvioso y desapacible, que le sirve de escenario para presentarnos a Lottie Wilkins (Josie Lawrence), una intuitiva y apasionada mujer, que sólo encuentra en su marido un amor dosificado; y a Rose Arbuthnot (Miranda Richardson), la bella esposa de un frívolo escritor de novelas picantes, que se halla sumida en la tristeza de un matrimonio frustrado. Una noticia en la prensa las unirá en un mismo proyecto: “Italia. Para los amantes de las glicinas y el sol. Castillo medieval en la costa mediterránea, se alquila amueblado durante el mes de abril”.
Allí se marcharán sin sus respectivos maridos, y las acompañarán otras dos mujeres: la señora Fisher ‑magnífica Joan Plowrigth, que fue nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria‑, una achacosa viuda aristocrática, que vive anclada en el recuerdo de sus amigos muertos y en su egoísmo; y Lady Caroline Dester (Polly Walker), joven, adinerada, continuamente acechada por los hombres, hermosa por fuera pero hastiada de su gran vacío interior.
En el castillo la ambientación cambia por completo: sol, mar, flores de vistosas tonalidades… Hasta el vestuario –también candidato al Oscar‑ se transforma, y los sobrios y gruesos vestidos londinenses son sustituidos por prendas ligeras de luminosos colores. Pero la reforma más importante se va a producir en el interior de estas personas, que encuentran en la hermosura del paisaje y en la serenidad que lo inunda todo, una invitación a reflexionar sobre sus vidas y a modificar sus actitudes. Un esfuerzo que tendrá también su influencia en los personajes masculinos, muy bien interpretados por Alfred Molina, Jim Broadbent y Michael Kitchen.
La película se rodó en el castillo de Portofino, el mismo que von Amim alquiló en 1921 para escribir su novela, lo que exigió abundantes mejoras para que el lugar respondiera a las descripciones de la escritora. La acción discurre con un ritmo pausado, acorde con las vivencias internas de los protagonistas, y exige del espectador adulto –a quien va dirigido el film‑ una cierta disposición contemplativa.
Juan Jesús de Cózar