Cuando el crítico piensa que ha visto una magnífica película pero intuye que no va a entusiasmar a buena parte del público, tiene un problema a la hora de redactar la reseña. Le gustaría transmitir con precisión lo que ha sentido y reflexionado; aquello que le ha conmovido y admirado; el impacto recibido a través de los gestos, las miradas, las palabras y los silencios. Le gustaría persuadir.
En este caso, el crítico lo puede intentar comenzando por decir que el protagonista de “Un amigo extraordinario, el filme que nos ocupa, es Tom Hanks. Posiblemente el más encantador Tom Hanks que hayamos visto nunca en pantalla. Y su interpretación es excepcional, como excepcional era la persona real a la que da vida: Fred Rogers, el mítico presentador de un programa infantil de la televisión pública norteamericana. Durante más de tres décadas (de 1968 a 2001) Rogers supuso una buena ayuda para los padres en la educación de sus hijos, a través de sus marionetas, sus canciones y sus sabios consejos. Con delicada pedagogía desvelaba el mundo a los más pequeños, pero sin asustarlos; les enseñaba a convivir con sus emociones, con las alegrías y con las ordinarias dificultades de la vida.
Pero no estamos ante un convencional biopic sobre Rogers. El filme tiene más enjundia. Porque hay otro personaje interesantísimo, Lloyd Vogel en la ficción, inspirado en la vida real del periodista Tom Junod. Mientras Rogers se muestra sereno, amable y positivo, Lloyd (un formidable Matthew Rhys) lleva siempre cara de vinagre, conserva muchas heridas de la infancia y sigue peleado con su padre. Está casado con la guapa Andrea y tienen un hijo. Lloyd escribe para una revista y su editora le encarga que redacte un perfil de Rogers. El encuentro entre ambos está servido. Una relación enriquecedora, verdaderamente terapéutica para Lloyd… y para el propio espectador.
Quien ‘cocina’ estos ingredientes es Marielle Heller, una de las mejores directoras actuales. Eso sí, lo hace ‘a fuego lento’, sin apresurar la narración, concediendo espacio y tiempo a los personajes y al público para que emerjan sus sentimientos, se examinen, reconozcan sus errores, rectifiquen y crezcan. Y tal vez esta calma narrativa es lo que puede pesar más en el ánimo del auditorio.
Posiblemente no triunfe en taquilla, pero “Un amigo extraordinario” es un verdadero regalo y casi un milagro: sin sermonear, habla descaradamente de educar en las virtudes, de combatir los propios defectos, de perdonar y pedir perdón, de Dios, de rezar por las personas, del matrimonio como donación, del cuidado de los hijos… Con todo, quizás el crítico no haya logrado su deseo de persuadir al lector, pero su tarea era intentarlo.
Juan Jesús de Cózar