He escrito ya en diferentes ocasiones que cada nuevo ser humano que nace constituye una esperanza para cambiar el mundo. Soy de los que piensa que el ser humano es bueno por naturaleza, nace lleno de bondad potencial que tiene que desplegar en el transcurso de su vida. Por eso, insisto, que cada vez que un nuevo ser humano viene al mundo es una luz de esperanza, que puede iluminar cualquier realidad. El problema de los seres humanos y del mundo que hemos generado es que existe la maldad inspirada por el egoísmo y la ambición que puede torcer la bondad natural del ser humano, esa bondad con la que vienen los nuevos nacidos. Por otro lado, es difícil contradecir el hecho de que un nuevo ser humano criado en un ambiente de pobreza, abandono y desposeimiento es más fácil que caiga en la oscuridad que uno que ha nacido rodeado de todas las cosas buenas. El mundo es muy injusto porque la sociedad que hemos creado lo es. Una matriz ambiental torva puede torcer el natural camino de bondad de cualquier nacido. Víctor Hugo distingue en su obra Los Miserables entre los miserables hijos de la degradación material, aquellos que nada tienen salvo su dignidad, y los miserables productos de la degradación moral, a los que ya nada les queda, pues han perdido incluso aquello que les hace personas.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar. Siempre me ha resultado paradójico que un ser hecho a imagen y semejanza de Dios, como proclama nuestra fe, sea capaz de tanta maldad como podemos ver. Un nuevo ser que viene al mundo arriba lleno de esa bondad natural que implica la dignidad de persona a imagen de Dios. Pero el mundo puede torcer su tendencia natural y deseable. Por ello la necesidad de transformar un mundo, una sociedad, que puede torcer el milagro divino que supone un nuevo ser humano.
La Iglesia Católica tiene siete sacramentos, uno de ellos es el Bautismo. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, el Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia. La inmersión en el agua, un agua bendecida en la liturgia Pascual, un baño de iluminación, simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él como nueva criatura.
Jesús comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el río Jordán, en una tierra hoy bañada de sangre. Importante también es el sentido del aceite en el Bautismo, la unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. De acuerdo con nuestro Catecismo, la vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha revestido de Cristo, ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. Nuestro Catecismo manifiesta que: los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios a la que todos los seres humanos están llamados. En Cristo, los bautizados son la luz del mundo. Esta idea de que los nuevos bautizados son la luz del mundo merece un comentario. De nuevo quiero insistir en la oportunidad que significa para el mundo, para nuestra sociedad, la llegada de un nuevo ser que puede ayudar en su transformación de realidades. En el camino de formación para capacitar a cada nuevo nacido para iluminar la oscuridad y transformar la sociedad hacia el bien común son muy importantes los padres y los padrinos, así como otros miembros de cada familia. Pero el Bautismo tiene un sentido esencial en relación con la entrada en la Iglesia del bautizado, lo que implica compartir con Jesús el Evangelio y su mensaje, y en la acción individual y comunitaria futura de cada ser humano bautizado tener presente el esencial mensaje de Jesús.
Francisco Fernández Ordóñez, en su obra Hablar con Dios. Meditaciones para cada día del año. Tomo I. Adviento. Navidad. Epifanía, tiene un capítulo dedicado al sacramento del Bautismo, donde habla del bautismo de Jesús. Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, donde recibimos la fe y la gracia, entrando a formar parte de una familia, la familia cristiana, que inspirada por el Evangelio de Jesús puede tener una gran capacidad para hacer un mundo más justo. Y el nuevo bautizado entra a formar parte de esta empresa de amor. El Bautismo nos inicia en la vida cristiana, es decir, el nacimiento a la vida sobrenatural y también el nacimiento al compromiso que implica aplicar en nuestra vida diaria el Evangelio de Jesús.
En la Iglesia, nadie está aislado, formamos parte de una comunidad, una familia que reza junta y este rezo comunitario se une al rezo individual, la oración individual, el encuentro personal con Dios, en el cual debemos introducir a los nuevos bautizados. El día 4 de noviembre se bautizó mi nieto Quique en la Parroquia de San Sebastián, en una mañana llena de luz en todos los sentidos. Estoy seguro de que esa idea que he expresado en relación que cada ser humano que llega al mundo, y en este caso que entra a formar parte de la familia que sigue el mensaje de Jesús, es una nueva esperanza se hará realidad con mi querido nieto, en conjunción con sus padres, Eli y Quique, y padrinos, Teresa y José Manuel, sus abuelos, Concha, Teresa, José Manuel y Quique, y toda el resto de la familia. Estoy seguro que la alegría, el gozo y la claridad que nos has traído, querido nieto, impregnará el mundo junto con todas las personas de buena voluntad a las que alude el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Laudate Deum, y la esperanza se hará realidad en un mundo que la necesita.
Manuel Enrique Figueroa Clemente