Asistimos nuevamente a una tragedia en el Mediterráneo que nos deja el corazón sobrecogido. Otra vez, más de 60 personas pierden la vida tratando de salvarla. De un contexto de muerte, de pobreza, de guerra, de falta de derechos y libertad, a otro contexto que se ha convertido en mortífero, el mar Mediterráneo.
Pero, ¿podemos llamarlo “tragedia”? ¿Depende solo de una suerte de infortunios? ¿Fue la mala mar o la mala calidad de la embarcación, o la insensatez de 200 personas que a la desesperada huyen de un destino fatal? ¿Será por los traficantes, que, sin escrúpulos, lanzan al mar una vieja barca para que haga 1200 kilómetros cargada de mujeres y niños? ¿Podemos llamar tragedia a los efectos de una política migratoria que mata a personas, que militariza sus fronteras, criminaliza a quienes intentan los rescates, y que, incluso omite su deber de socorro, como fue en el caso de esta embarcación?
Aun recordamos la expresión tan contundente que el Papa Francisco pronuncio en el año 2013, ante la muerte de 80 personas en Lampedusa, calificando este suceso de “vergüenza”. En numerosas ocasiones, el Papa ha denunciado la complicidad de las políticas migratorias de los países en la violación de los derechos más básicos de las personas migrantes y nos ha apelado a la hospitalidad frente a la hostilidad, a la acogida frente al miedo y al rechazo.
Como cristianos, nuevamente este hecho, nos pone al frente de una reflexión de gran calado. No basta con compadecernos, no basta con sentir vergüenza, indignación, tristeza ante el sufrimiento de las personas que se ven forzadas a migrar y que pierden la vida en su intento. Se trata de interiorizar, de hacer nuestro el mandato evangélico de la acogida, de la hospitalidad, de la justicia y traducirlo en gestos concretos, cotidianos, con aquellos hermanos migrantes que ya viven entre nosotros. Hemos de combatir la “cultura de los muros”, dice el Santo Padre (FT, 27), con la “cultura del encuentro”.
No somos meros espectadores, sino responsables y corresponsables de poner en el centro de las políticas y de las decisiones, a la persona, a su dignidad; porque en este naufragio, y en muchos que se producen en nuestra frontera sur, naufraga nuestra humanidad, la humanidad de nuestra sociedad, y de nuestro mundo.
Pilar Muruve
Responsable Dpto de Migraciones de Cáritas Diocesana de Sevilla