Una familia de Tokio

Un director magistral

Tiene 87 años. Se llama Yôji Yamada y se considera discípulo de Yazujiro Ozu, reconocido genio del cine japonés y uno de los mejores directores de todos los tiempos. La filmografía de Yamada es sobre todo conocida por el espectador cinéfilo, pero valdría la pena que las nuevas generaciones se interesaran por la obra de este realizador, en la que brillan a la vez la técnica, la sabiduría y la honestidad. Un ejemplo paradigmático de esta afirmación es Una familia de Tokio (2013), remake de la extraordinaria Cuentos de Tokio (1953) de Ozu, una de las cintas más valiosas de la historia del cine.

Galardonada con la Espiga de Oro en la SEMINCI 2013, Una familia de Tokio es un gran filme en el que Yamada homenajea a Ozu de dos maneras: manteniendo las constantes estéticas y argumentales del maestro y, a la vez, introduciendo algunos cambios oportunísimos, que confirman su personalidad y su condición de discípulo aventajado.

Como la película original, Una familia de Tokio cuenta el viaje que realiza un matrimonio a Tokio para ver a sus hijos, que decidieron instalarse allí. Los padres han vivido siempre en una pequeña isla de Japón y procuran conservar las costumbres tradicionales de su país. A su llegada sufrirán el choque visual y cultural con la gran ciudad y, sobre todo, serán conscientes de las aspiraciones e intereses de unos hijos que apenas tienen tiempo para ocuparse de ellos.

Uno de los mayores aciertos de Yamada es hacer de la madre el personaje decisivo del relato, con un papel más atractivo que el que le otorgaba Ozu en su película. En Una familia de Tokio nos presenta a una madre inteligente, comprensiva, con una enorme capacidad de sacrificio para sacar adelante a sus hijos, y para llevar con serenidad el sufrimiento ocasionado por un marido bebedor. Y el espectador se siente movido a admirar en esa madre a todas las madres del mundo; y entiende que el sabio Yamada está convencido de que ellas son el corazón de la familia, y que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es un espíritu generoso.

A la magistral dirección y a la calidad formal del filme se añaden unas interpretaciones llenas de naturalidad, y la música del siempre inspirado Joe Hisaishi. Queda así una cinta delicada y humanísima, magnífico espejo en el que debería mirarse buena parte del cine europeo.

Juan Jesús de Cózar

 

 

 

 

 

 

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