La vocación, para el fraile franciscano Jorge Cervera, “es descubrir la voluntad de Dios cada día, es aquello que te hace auténtico, que le da sentido a todo lo que eres e implica confiar, aunque no lo tengas todo claro, en que Dios está ahí acompañándote”. A los diecisiete años se cuestionó sobre la vida religiosa pues había “algo” que le atraía “pero tenía mil razones para decir que no y seguir mis proyectos”. Con el tiempo y trabajando de lo que había estudiado, “con la vida resuelta, volví a cuestionarme fruto de una peregrinación, si estaba orientando bien mi vida. Fue una época complicada e intensa, era salir de mi zona de confort completamente y arriesgar… pero tenía claro que no podía no hacer nada y seguir igual, así que decidí hacer una experiencia de vida en comunidad y que fuera lo que Dios quisiera”, afirma.
En su itinerario espiritual advierte que “hay que recorrer un largo camino y soltar mucho equipaje para dejarse amar por Dios. Es un proceso de madurez personal, afectiva y espiritual. Desde mi vocación como consagrado la vida comunitaria es esencial, descubrir en la fraternidad y en las alegrías la presencia de Dios es vital y, tomar conciencia de que esto de la fe es comunión, es unidad, es Iglesia”.
En su día a día, “es fundamental la oración personal y los sacramentos. Dejar espacio a Dios para que siga zarandeando tu vida de vanidades y pertrechos innecesarios, desde la intimidad del encuentro y la acción transformadora del Espíritu Santo ¡que gozada!”, reconoce.
La vida de un fraile
“La gente suele preguntarme ¿Cómo vive un fraile?, y se sorprenden al darse cuenta de que no hay nada fuera de lo normal. Lo extraordinario es vivir lo ordinario con plenitud, con profundidad. Ahora mismo vivo en el colegio San Hermenegildo, de Dos Hermanas y mi día a día es acompañar al alumnado y a sus familias, actividades de pastoral, labores de dirección. Me gusta mucho el deporte, el senderismo, el cine y quedar a tomar algo y hablar siempre que hay ocasión. Soy fraile sí, y también persona. Creo que es importante ser consciente de la responsabilidad que he recibido y asumirla plenamente, pero sin depender de las expectativas ni de las etiquetas de nadie”, expresa.
Para Jorge, “ser fraile en la actualidad es ser profeta, es estar en el mundo sin ser del mundo, es celebrar y disfrutar de la vida sin ser mundano. Ser fraile es vivir la fraternidad, es cuidar de la creación, de las personas que te rodean. Es no conformarse, es salir de las instituciones a la calle, es escuchar y ser voz para quienes no tienen palabra. Ser fraile es sencillez, es saber reír y llorar, es el trabajo constante y silencioso de cada día, es compromiso y fidelidad a una historia de amor encarnada”.
Terciarios capuchinos
Sobre el carisma de su congregación explica que “los terciarios capuchinos también conocidos como amigonianos han abrazado el sentir franciscano que vive el amor de Dios saliendo al encuentro de los jóvenes que estén pasando una etapa difícil, tengan problemas familiares… es decir, como el Buen Pastor, buscar a aquellos que creyendo ser libres se han perdido y necesitan que alguien vuelva a confiar en ellos y darles esperanza”.
Durante estos años y sin contar el tiempo de estudio, discernimiento y formación ha ejercido su ministerio principalmente en tres sitios. En un centro de protección, un centro de medida judicial, en un colegio e indistintamente siempre acompañando grupos en los movimientos pastorales. “De cada lugar en el que he vivido me llevo las relaciones personales, el cariño recibido. Del centro de protección resalto el horizonte que se abrió ante mí, romper esquemas, prejuicios. Del colegio y la pastoral destaco el deseo de Dios de tantas personas, la oportunidad de acompañar y propiciar momentos de encuentro, voluntariados, el aprender a organizarme en un sin fin de tareas, la importancia del esfuerzo constante y paciente”.