Los cristianos estamos llamados a la santidad, desde el Concilio Vaticano II se nos exhorta a los laicos a aspirar a la Gracia de Dios. Por eso puede decirse que el siglo XX en adelante, sea el tiempo de los laicos, el de los laicos santos. Hombres y mujeres de cualquier país, condición y edad – la santidad se alcanza en cualquier momento – que ofrecen nuevos modelos de santidad, cuya glorificación vemos recientemente en sus subidas a los altares.
En ocasiones son los propios sacerdotes y religiosas los que impulsan el movimiento laico como es el caso de San Josemaría Escrivá o la recién fallecida Madre Trinidad Sánchez, natural de Dos Hermanas.
Es también el caso del jienense Pedro Poveda que fundó en 1911 la Institución Teresiana. A la cual perteneció como joven maestra y entusiasta pedagoga, la sevillana Victoria Díez Bustos de Molina.
Nació en la calle Trajano el 11 de noviembre de 1903, en una familia modesta que le inculcó la fe cristiana, pero que se mostró inflexible en la preparación profesional de su única hija. Salvo un breve paso por la Escuela de Artes y Oficios donde da rienda suelta a sus dotes artísticas, estudia magisterio obteniendo el título de Maestra en 1923. Desea ser misionera y entregarse a Dios por completo. La practicidad de sus padres a la que obedeció en todo momento, velaban para que ella tuviera un puesto seguro de funcionaria.
Pedagogía humanista
En lo que ella llamará “la tarde del encuentro” y donde “se le abrió un mundo nuevo” asiste el 25 de abril de 1926 a una conferencia de la Institución Teresiana – en el número 51 de la calle Santa Ana – impartida por la también sevillana Pepa Grosso, primera biógrafa de Victoria. Versará sobre el carácter pedagógico de Santa Teresa de Jesús, carisma en el que se basaba la misión del Padre Poveda a quien Victoria conocerá personalmente. La clave de la pedagogía humanista de Poveda, reconocida por la Unesco, es la de educar al educador.
Un año después aprueba las oposiciones y obtiene plaza en el pueblo extremeño de Cheles. Pide nuevo destino y permanecerá en la localidad cordobesa de Hornachuelos seis años, hasta que fue fusilada el 12 de agosto de 1936. Tras tres horas de caminata por la sierra, exhortó a los diecisiete hombres que compartían su destino con un “¡Ánimo, compañeros, que la vida puede más!”. Toda una declaración de su santidad vivida en vida, la esperanza de superar el dolor y el miedo, un canto a la vida, hermoso regalo que Dios nos ha dado, donde lo bueno nos hace crecer como personas y como sociedad.
Fue beatificada, por el papa San Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993 en cuya homilía destacó:
“Ejemplo de apertura al Espíritu y de fecundidad apostólica. Supo santificarse en su trabajo como educadora en una comunidad rural. La alegría que transmitía a todos era fiel reflejo de aquella entrega incondicional a Jesús.”
De las raíces carmelitas a la frondosidad de los frutos obtenidos por la sangre derramada en martirio.
En la Archidiócesis de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, arzobispo emérito ha puesto de relieve su vida y santidad, dando nombre a la Fundación Diocesana de Enseñanza que engloba los 11 colegios diocesanos.
Virginia López