Terrence Malick es un director único. Impredecible e inclasificable. Enigmático y genial. Alejado de toda comercialidad, su cine nace a impulsos de su propia evolución interior, intelectual y afectiva. Se explica así que este licenciado en Filosofía por Harvard y Oxford solo hiciera 4 películas en 30 años, de 1969 a 1998. Posteriormente, 7 años de silencio cinematográfico. Y desde 2005 hasta hoy otros 10 filmes. Reconocido en San Sebastián, Cannes y Berlín, puede fascinar e irritar a partes iguales, tanto a la crítica como al público. Pero no cabe duda de que Malick ya tiene un lugar en la historia del cine al menos por tres títulos soberbios: “La delgada línea roja” (1998)”, “El árbol de la vida” (2011) y “Vida oculta” (2019), estrenada esta última en España el pasado 7 de febrero.
Con una duración de 3 horas, “Vida oculta” se centra en los últimos años de la vida del austríaco Franz Jägerstätter, que murió mártir por su oposición al régimen nazi y que fue beatificado en 2007 durante el pontificado de Benedicto XVI. Para muchos (incluido el que escribe) la existencia de este beato, campesino de Radegund, hubiera quedado escondida si no se hubiera hecho esta película. Hombre bueno y sencillo, enamoradísimo de su mujer Fani y padrazo de sus tres hijas, excelente profesional y persona fiel a su conciencia, Franz pasó un auténtico calvario desde que fue movilizado para participar en la Segunda Guerra Mundial y se negó a prestar fidelidad a Hitler.
Interesantísima biografía de este “santo desconocido”, y más en esta época nuestra donde es moneda corriente el relativismo. Pero conviene advertir al potencial espectador que se trata de una cinta muy pausada, que exige una actitud de paciencia meditativa, porque de lo contrario puede sentirse tentado a… salirse de la sala (algo de esto ya ocurrió en algunos cines con “El árbol de la vida”). Dicho esto y si se acepta el reto, hay que decir que estamos ante un producto mayúsculo, no solo desde el punto de vista espiritual sino también en el aspecto cinematográfico: bellísimas imágenes de una naturaleza que oscila desde la inclemencia a la luminosidad, interpretaciones formidables, cuidada ambientación, extraordinaria música de James Newton Howard acompañada por piezas de Dvorak, Gorecki, Händel…
Todos estos elementos contribuyen a que el espectador experimente de cerca la “pasión de Franz”, donde no faltan ni la oración el huerto, ni la flagelación, ni la entrevista con Pilatos, ni la identificación con la voluntad de Dios, ni la muerte. Un paralelismo buscado, y expresado visual y discursivamente: luz, oscuridad, oraciones, consuelos, generosidades… Malick termina su obra con una oportuna cita de George Eliot: “…Si las cosas no nos van tal mal como podrían irnos a ti y a mí, se debe en parte al número de personas que han vivido fielmente una vida oculta y reposan en tumbas olvidadas”.
Juan Jesús de Cózar