Con motivo del mes de María presentamos hoy esta obra, encargada por el arzobispo de Sevilla don Ambrosio de Spínola en 1673, para el hoy desaparecido Oratorio bajo del Palacio Arzobispal, en la que Murillo presenta a la Madre de Dios como Reina de los ángeles y que se encuentra actualmente en la Walker Art Gallery de Liverpool.
Debido a la inclusión del Palacio Arzobispal en el itinerario denominado Tras los pasos de Murillo y gracias a la iniciativa del Ayuntamiento de Sevilla, podemos encontrar una reproducción de esta obra de nuevo en el lugar para la que fue encargada, situándose ahora, al no existir ya el Oratorio bajo, en el espacio que precede al denominado despacho de Invierno, donde se encuentra la Inmaculada con fray Juan de Quirós, también de Murillo.
El centro de la composición lo ocupa la Virgen María de pie sobre una peana de nubes, sosteniendo al Niño Jesús en sus brazos y apoyando su cara en la cabeza de su Hijo, en un gesto lleno de cariño y ternura. María se muestra vestida con túnica de color rojo, signo de su humanidad, y cubierta con un amplio manto azul, símbolo de la divinidad de la cual la Virgen es revestida debido a su condición de Madre de Dios.
La Virgen y el Niño aparecen rodeados por una auténtica multitud de ángeles, de los cuales los que están en la nube sobre la que aparece María se muestran en primer plano, mientras que a medida que vamos ascendiendo, se van difuminando hasta llegar a la parte superior del cuadro, en la que se abre un rompimiento de gloria lleno de pequeñas cabezas de ángeles, envuelto todo en una bella luz dorada que contrasta con la oscuridad de la parte inferior izquierda, así como con la luz azulada de la parte inferior derecha.
Tanto la mirada de la Madre como la del Hijo, ambas dirigidas hacia el espectador que contempla el cuadro, permiten que se establezca una relación personal con el fiel que se coloca delante de esta obra, logrando así Murillo que, aunque la Virgen y el Niño se nos presenten en la gloria, los sintamos a ambos cercanos y accesibles.
Esta obra fue protagonista de una curiosa historia, ya que fue recortada la mitad superior de la figura de la Virgen por un restaurador que dejó una copia en su lugar, permaneciendo así hasta el siglo XIX cuando se pudieron unir las dos partes, por lo que fue conocida durante mucho tiempo como “La Virgen cortada”.
La contemplación de esta bella pintura en este mes tradicionalmente dedicado a la Virgen, nos introduce en el misterio de amor y ternura que unía a la Madre con su Hijo, haciéndonos partícipes de esta intimidad que cada uno de nosotros estamos llamados a vivir en nuestra vida y a la que somos invitados por las dulces miradas tanto de Jesús como la de María.
Antonio Rodríguez Babío (Delegado diocesano de Patrimonio Cultural)