Hace unos días celebrábamos la fiesta de San Antonio de Padua. Al menos en nueve ocasiones representó nuestro pintor al santo lisboeta, si bien traemos hoy uno de sus cuadros más importantes e imponentes, La visión de San Antonio de Padua, que se encuentra en la Capilla Bautismal, dedicada a este santo en la Catedral, y que es el de mayores dimensiones de toda su carrera (560 x 369 cm).
Datado en 1656, se encuentra presidiendo el magnífico retablo-marco de Bernardo Simón de Pineda, que aparece rematado con el Bautismo de Cristo, igualmente obra de Murillo, encargada por el Cabildo a fina les de 1667 y finalizada un año después, en 1668.
La visión de San Antonio de Padua representa el momento en que el Niño Jesús se aparece a San Antonio y éste, de rodillas, abre los brazos esperando el momento de poder abrazarlo, como se narra en el Liber Miraculorum (22,1-8), obra hagiográfica escrita por un franciscano del siglo XIV. La leyenda nos dice que estando predicando por Francia, Antonio se alojó en casa de un vecino del lugar que le preparó una estancia apartada para que no fuera molestado en sus oraciones. Pero este hombre, lleno de curiosidad, escondido mira por una ventana, y descubre con gran asombro a Antonio abrazando y besando al Niño Jesús. Es por ello que a San Antonio se le suele representar portando al Niño en sus brazos, como hace Murillo en los dos San Antonio que pinta para el Convento de los Capuchinos de Sevilla, ambos hoy en el Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad. Sin embrago, en el caso que hoy nos ocupa, Murillo representa el momento anterior, el de la aparición del Niño Dios.
Así, Murillo nos muestra la visión del Niño Jesús, enmarcado por numerosos ángeles, que se recorta en un fondo de luz dorada que invade e ilumina la estancia donde se encuentra nuestro santo, en la que se halla una mesa con sus atributos iconográficos: unos libros, que recuerda su gran conocimiento de las Sagradas Escrituras y su tarea de predicador, y un jarrón con azucenas, alusivo a su pureza. Se puede vislumbrar por la puerta un hermoso claustro. El santo se sitúa en el punto de fuga de la perspectiva de las líneas de las baldosas del suelo, atrayendo así la atención hacia él.
Una gran diagonal que une al Niño con la figura del santo estructura el cuadro, en el que además, como afirman varios autores, se destaca el contraste del juego de luces, así como el efecto de perspectiva aérea que Murillo consigue en la parte inferior por medio de la graduación de los tonos de penumbra del fondo de la habitación.
Parece ser que Murillo tiene en cuenta la entrada de iluminación natural por la vidriera de la Capilla, situada a la izquierda del cuadro, recorrido imitado por la luz representada en la pintura, la cual, además, por la forma en que ilumina el cuerpo del santo, parece ser un simbolismo del Bautismo que se imparte en esta Capilla.
En 1874 sufrió un atentado en el que un ladrón cortó la figura de San Antonio que, tras varias vicisitudes, finalmente apareció en Nueva York donde un anticuario la reconoció y pudo ser recuperada, volviendo a Sevilla un año después y siendo restaurada por Salvador Martínez Cubells. Aún hoy a simple vista se pueden advertir las marcas del corte.
Antonio Rodríguez Babío (Delegado diocesano de Patrimonio Cultural)