María Gabriela Vieira
Guárico, Venezuela (1998)
Postulante de la orden de la Visitación de Santa María, de Sevilla.
“Mi corazón llevaba tiempo buscando vivir una relación más cercana con el Señor con el deseo de profundizar y madurar la fe en la que he sido formada desde niña”, así expresa María Gabriela, ahora llamada hermana María, el germen de su vocación.
Recientemente ha iniciado el postulantado en el monasterio de la Visitación de Santa María, de Sevilla. Esta joven de veinticinco años explica que en Venezuela perteneció a un movimiento juvenil donde comenzó su proceso. “Al mudarme a Sevilla para continuar mis estudios universitarios en Arquitectura, seguía en mí el deseo de recibir formación y vivir la fe en comunidad. Esto me llevó a conocer y participar en diferentes realidades pastorales de la Iglesia diocesana, entre ellas, la Pastoral Universitaria, donde fui fortaleciendo mi amistad con el Señor y empecé a sentir que podría estar pidiéndome una mayor entrega”. Sin embargo, “esta idea no encajaba en mis planes personales y profesionales, por lo que al principio me generó mucho rechazo, pero al mismo tiempo no podía dejar de sentir y pensar que Su Presencia era lo que realmente me llenaba”.
Sedienta del Señor, empezó a participar en los retiros Magníficat que dirige el sacerdote Nelson Borges, capellán de las salesas y adjunto a la Pastoral Universitaria. Ella lo cuenta así: “Ha sido un gran regalo del Señor tener ese acercamiento a la vida contemplativa, una realidad muy poco conocida para mí. No solo me hice más consciente del valor de la vida contemplativa dentro de la Iglesia en general, sino que tuve la bendición de conocerla en concreto bajo la espiritualidad de San Francisco de Sales en la comunidad del monasterio de la Visitación de Sevilla, donde virtudes como la dulzura, la sencillez y la humildad sustentan la vida de silencio y oración”.
Para la hermana María, en medio de ese recorrido de discernimiento en compañía de su director espiritual, “esas inquietudes que antes solo procuraba evadir, fueron hallando respuestas. Y así, el llamado del Señor fue tomando nombre, forma y lugar, para hoy, con su gracia, estar respondiendo con el deseo de entregarme para siempre a su voluntad”.
Mansedumbre y humildad
Afirma que este momento de su vida, “es como vivir un sueño, pero no cualquier sueño, sino el sueño que Dios ha pensado para mí desde toda la eternidad. Realmente ahora veo en perspectiva y me doy cuenta de todos los milagros que ha hecho y sigue haciendo el Señor conmigo. Me ha traído hasta la casa de nuestro padre San Francisco de Sales para conocer y vivir la mansedumbre y humildad que Él mismo nos enseñó”.
Para esta joven venezolana — de madre portuguesa y padre sirio —, “la vida contemplativa supone una renuncia al mundo para acoger el llamado a vivir completamente con y para el Esposo que es Cristo. No obstante, la fe y entrega al Señor se puede desarrollar con igual profundidad sea cual sea el estado de vida, siempre que en él se busque la voluntad de Dios”. Las mujeres solteras que lo viven en medio del mundo tienen la misión de alcanzar la santidad amando a Dios en sus labores cotidianas y en el servicio a la Iglesia. Ellas pueden ver cómo el Señor va obrando por mediación de sus oraciones y ofrecimientos, a diferencia de nosotras que somos llamadas a vivir en lo oculto, confiando los frutos de nuestra vida de silencio y oración al Señor, que ve en lo secreto.
Maternidad espiritual
La vocación a ejercer la maternidad es un regalo del Señor para todas las mujeres. “En el caso de las que estamos llamadas al amor esponsal con Cristo, renunciamos a ejercerla de forma biológica, pero espiritualmente la vivimos con igual o mayor intensidad. Nuestra misión es abrazar con gran amor maternal a todas las almas a través de nuestra oración y la propia vida entregada”, añade.
Oración y vida contemplativa
“La vida de oración, los sacramentos y el amor en el servicio a los demás es lo que más me ha ayudado y aún hoy sostiene en mi relación con el Señor”. Afirma que desde que comenzó a profundizar sobre la vida contemplativa, “el Señor me ha dado la gracia de valorar aún más el poder de la oración, esa que muchas veces queda relegada respecto a la acción, pero que tan necesaria es. Porque es verdaderamente el corazón que mantiene viva a toda la Iglesia”.