Cuaresma. 5 º Domingo. Ciclo A.
Jesús hace el milagro de la resurrección de Lázaro cuando aún sus fieles seguidores, Marta y posiblemente sus discípulos, no se imaginaban que volvería a la vida. Posiblemente, Lázaro se preguntaría, al ser resucitado por Jesús, lo que Dios quería de él ante el milagro de su vuelta a la vida.
Este planteamiento es el que, constantemente, hemos de tener aquellos que nos consideramos seguidores de Cristo, puesto que hay un campo extensísimo en el que Él nos ha puesto para “algo”. En nuestros ratos de oración y ante las necesidades y sufrimientos que vemos a nuestro alrededor, hemos de preguntarnos siempre, incluyendo también nuestras propias dificultades y debilidades: ¡qué es lo que el Señor quiere de mí!, puesto que nuestra resurrección, como la de Lázaro, en este mundo, es verlo representado en las personas rechazadas por la sociedad y que están necesitando nuestra ayuda.
El que Jesús fuera el Mesías universal no le impedía ser un hombre como los demás; y así, era amigo especial de Marta, María y Lázaro. La resurrección de Lázaro podría ser interpretada como un favoritismo; pero las exigencias de la amistad son mayores que las razones aducidas por unos críticos implacables.
“NO HEMOS NACIDO PARA LA MUERTE, SINO PARA LA RESURRECCIÓN”
“Como dice Jesús en el Evangelio, resucitaremos en el último día. Hoy podemos preguntarnos: ¿Qué me sugiere el pensamiento de la resurrección? ¿Cómo respondo a mi llamada a resucitar?. Una primera clave se encontraría en la invitación evangélica que realiza el mismo Cristo: “Venid a mí”. Ir a Jesús, el que Vive, para vacunarse contra la muerte, contra el miedo a que todo termine. ¿Vivo caminando hacia el Señor o doy vueltas sobre mí mismo? ¿Cuál es la dirección de mi camino? ¿Busco únicamente quedar bien, salvaguardar mi papel, mis tiempos, mis espacios, o voy hacia el Señor?
Mientras rezamos por nuestros hermanos…, que han salido de esta vida para ir al encuentro del Resucitado, no podemos olvidar la salida más importante y más difícil, que es la que da sentido a todas las demás: la salida de nosotros mismos. Sólo saliendo de nosotros mismos abrimos la puerta que conduce al Señor.
En medio de tantas voces del mundo que nos hacen perder el sentido de la existencia, sintonicémonos con la voluntad de Jesús, resucitado y vivo: haremos del hoy que vivimos un alba de resurrección”.
Papa Francisco. Homilía Basílica de San Pedro. 4-11-2019
PREPARAMOS LA FIESTA DEL SEÑOR, NO SOLO CON PALABRAS, SINO TAMBIÉN CON OBRAS
El Verbo, que por nosotros quiso serlo todo, nuestro Señor Jesucristo, está cerca de nosotros, ya que Él prometió que estaría continuamente a nuestro lado. Dijo en efecto: “Mirad, yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo”. Y, del mismo modo que es a la vez pastor, sumo sacerdote, camino y puerta, ya que por nosotros quiso serlo todo, así también se nos ha revelado como nuestra fiesta y solemnidad, según aquellas palabras del Apóstol: Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado, puesto que su persona era la Pascua esperada. Desde esta perspectiva, cobran un nuevo sentido aquellas palabras del salmista: “Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean”.
De las Cartas pascuales de san Atanasio, obispo.
“No me digáis que es imposible cuidar de los otros. Si sois cristianos, lo imposible es que no cuidéis. Pasa aquí lo mismo que en otros campos de la naturaleza, donde hay cosas que no pueden ser contradichas. Pues igual aquí: el compartir radica en la naturaleza misma del cristiano. No insultes a Dios: si dijeras que el sol no puede alumbrar, lo insultarías. Y si dices que el cristiano no puede ser de provecho a los otros, insultas a Dios y lo dejas por embustero. Más fácil es que el sol no caliente ni brille, que no que el cristiano deje de dar luz… Si ordenamos debidamente nuestras cosas, la ayuda al prójimo se dará absolutamente, se seguirá como una necesidad física”.
San Juan Crisóstomo, siglo IV
LA FE EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS
La epidemia que actualmente sufrimos me ha recordado un testimonio conmovedor del año 253 d. C. acerca de cómo los primeros cristianos afrontaron una gran plaga de peste que diezmó la ciudad de Alejandría. Así cuenta Dionisio, el obispo de aquella ciudad: «La mayoría de nuestros hermanos, por exceso de amor y de afecto fraterno, olvidándose de sí mismos y unidos unos con otros, despreocupados de los peligros, visitaban a los enfermos, les atendían en todas sus necesidades, los cuidaban en Cristo y hasta morían contentísimos con ellos… los mejores de nuestros hermanos partieron de la vida de este modo, presbíteros, diáconos y laicos, todos muy alabados, ya que este género de muerte, por la mucha piedad y fe robusta que entraña, en nada parece ser inferior al martirio...». (San Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VII, 22.7-10; BAC 612, 470-471)
No traigo a colación esta noticia para invitar a actitudes privadas de sentido común o a decisiones incívicas y desobedientes, que no respetan las normas de nuestras autoridades. Los primeros cristianos se significaron precisamente por ser buenos ciudadanos incluso cuando el Imperio los perseguía. En estos tiempos turbulentos, los creyentes debemos ser testigos de responsabilidad, minimizando las oportunidades de ser causa de contagio para nuestros vecinos.
Sin embargo, el relato de Dionisio de Alejandría nos da un plus de sentido a lo que está pasando. Junto a la epidemia del coronavirus se está extendiendo otra epidemia invisible que destroza las almas, además de los cuerpos: la angustia y el sinsentido. Nuestros hermanos de la primera hora del Cristianismo alejandrino nos enseñan que la fe en Cristo resucitado debe ser más valerosa que el miedo que se extiende en nuestra sociedad y que el amor por nuestros prójimos, especialmente por los más débiles y vulnerables, debe ser más fuerte que ciertas actitudes pusilánimes, expresión de un posible individualismo insolidario…
Se dice que muchos paganos se bautizaron en Alejandría tras aquella epidemia, contemplando emocionados tantos actos gratuitos de amor por parte de sus vecinos cristianos. Ojalá que también en los tiempos del coronavirus la fe de los cristianos de la Archidiócesis de Sevilla resplandezca por la belleza de nuestra confianza en el Señor de la vida. Álvaro Pereira, pbro.