«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» (Lucas, 23, 43)
Hasta el último instante todo cuenta, como muestra Jesús con este gesto al “buen ladrón”, pero no podemos olvidar que si bien un ladrón pidió perdón y por eso fue al cielo, hubo otro que no lo pidió y por tanto no lo fue.
Jesús siempre tiene la mano tendida y el corazón abierto,
siempre está al servicio y la entrega dispuesto,
siempre tendrá la puerta orientada a decir te quiero.
En demasiadas ocasiones no tenemos tanta paciencia con los demás, no esperamos ese último instante, ese último gesto, esa conversión final. Incluso cuando llega, desconfiamos que sea sincera y sentida. Por desgracia hemos sufrido muchos palos en la vida, y todos y cada uno han dejado cicatriz.
Pero también Jesús sufrió palos, latigazos, escupitajos e insultos.
Cristo sufrió el desprecio, la calumnia, la falsedad de un juicio injusto.
La clave para tener paciencia con los demás, es tener el corazón lleno de autoconfianza, si estás preocupado por lo que tienes que hacer te preocupa mucho menos lo que los demás interpreten o te impidan. Tu camino está por encima de los baches y de las espinas, tu camino tiene sentido en la meta, no en las dificultades que encuentras.
Cristo nos enseña a buscar la verdad siendo la cruz el destino,
del mismo modo todo es superable si en tu corazón brilla el sentido.
Si viviéramos en la certeza de saber la riqueza de nuestros pasos, seguramente todo sería más relativo, y todo se viviría con menor virulencia. Los niños olvidan las graves ofensas, incluso los grandes traumas son más llevaderos cuando eres niño. Los adultos, los que van de maduros, esos son tan duros que solo cabe pintarrajear sus muros, pero de ningún modo permiten ser traspasados. Por ello, aunque la vida te haya hecho de hormigón armado, no olvides que cuando cierras todas las ventanas de tu casa, el interior acaba sumido en el mal olor y en un espacio insoportable. Por ello, abre las ventanas, ten el corazón dispuesto, no cierres puertas ni el techo, ya que desde el rocío de la mañana, hasta el brillo de la luna todo te recuerda que este mundo es bello, pero solo si lo contemplo.
Llena los pulmones de aire fresco, purifica tu corazón y tu pecho,
cabe en tu interior un universo entero, de alegría en ese amar dispuesto.
No veas al ladrón como bueno o como malo, míralo como un hermano, alguien que pudiste ser tú y que por gracia de Dios y del amor de otros no lo eres. Por todo ello, no le perdones porque se lo merece, perdónale porque le quieres.
Por Carlos Carrasco Schlatter, pbro.